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“ACEPTACIÓN O DESESPERACIÓN”, DR. JAMES DOBSON, PARTE 4
ACEPTACIÓN O DESESPERACIÓN
Quizás el ejemplo más dramático, relacionado con el tema que estamos considerando, ocurrió en la vida del gran patriarca Abraham, hace más de cinco mil años. Nuestro interés en su historia se concentra en la esterilidad de su esposa Sara. Ella permaneció siendo estéril durante los años en que normalmente las mujeres tienen hijos, lo que continuamente la hacía sentirse afligida y avergonzada. Pero cuando Abraham tenía setenta y cinco años de edad, comenzó a recibir las promesas de Dios acerca de que llegaría a ser el padre de una gran nación, y que en él serían benditas todas las naciones de la tierra (Génesis 12:2-3). Esas fueron maravillosas noticias para un hombre que no tenía heredero y para una mujer que ansiaba ser madre.
Sin embargo, esa promesa fue seguida por un largo período de silencio. Finalmente, el Señor visitó de nuevo a Abraham, y le dijo: “Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre. Y haré tu descendencia como el polvo de la tierra; que si alguno puede contar el polvo de la tierra, también tu descendencia será contada” (Génesis 13:15-16). Estas palabras, dichas a un hombre cuya esposa había tratado de tener un hijo por tal vez unos cuarenta años, fueron muy extrañas. Sin embargo, Abraham aceptó la promesa, y pacientemente esperó su cumplimiento. Pero ningún hijo llegó. Pasaron años, antes que, por tercera vez, Dios alentara a su siervo. Pero en esta ocasión, Abraham mostró su creciente confusión acerca del asunto, con las siguientes palabras: “Señor Jehová, ¿qué me darás, siendo así que ando sin hijo …?” (Génesis 15:2).
Esa fue una pregunta lógica para Abraham, quien estaba envejeciéndose. El Señor le respondió llevándolo fuera, mostrándole el cielo nocturno, y diciéndole: “Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia” (Génesis 15:5). Esas promesas de la bendición de Dios, fueron seguidas por la continua Esterilidad de Sara, y otro período de silencio. Con lo que Abraham se enfrentó en ese momento, fue un clásico caso de “Dios contradiciéndose a sí mismo”. El Señor no honró su palabra, ni explicó su demora. Los hechos no tenían sentido. Las piezas del rompecabezas no encajaban en su lugar. Sara ya había entrado en el tiempo de la menopausia, lo cual definitivamente había puesto fin a sus esperanzas de llegar a ser madre. Para ese entonces, ella y su esposo eran muy viejos, y podemos imaginarnos que su pasión sexual había disminuido. A pesar de esos obstáculos que hacían cada vez más improbable que Sara tuviera un hijo, la Biblia nos dice que Abraham “… creyó a Jehová, y le fue contado por justicia” (Génesis 15:6).
El resto del relato es una de las historias bíblicas más hermosas y conocidas. En realidad, Sara quedó embarazada cuando tenía noventa años de edad, y Abraham tenía cien años. Muy pronto les nació un hijo, al que le pusieron por nombre Isaac (“risa”). Qué momento de tanto gozo fue ése para ellos. Dios había realizado un poderoso milagro, tal y como lo había prometido, y le había dado un heredero a Abraham. Sin embargo, el drama no había terminado para estos nuevos padres, que a su vez eran muy viejos. Algunos años después, cuando Isaac ya era un joven, ocurrió uno de los acontecimientos más confusos de la historia bíblica. ¡Dios le dijo a Abraham que sacrificara al hijo que había esperado por tantos años! ¡Qué orden más extraña y angustiosa! ¿Cómo podía comenzar a entender el anciano patriarca lo que el Señor estaba haciendo? ¿No era Isaac por medio del cual habrían de cumplirse las asombrosas promesas de Dios? Si Abraham tenía que sacrificar a Isaac, de quien habrían de provenir: millones de descendientes, muchos reyes (incluyendo al Mesías), una nación poderosa a través de la cual el mundo entero sería bendecido, posesión eterna de la Tierra Prometida, y un pacto eterno con Jehová. El cumplimiento de todas estas profecías dependía específicamente de Isaac, quien muy pronto tendría que morir.
Pero ésa era la manera en que las cosas se veían a través de los sentidos humanos. Pero la realidad era que las promesas dadas a Abraham no dependían de Isaac en absoluto. Dependían por completo de Dios. El no puede ser encerrado por las limitaciones humanas. Y Dios tenía todo bajo perfecto control. El plan de Dios, que habría de tener significado para toda la humanidad, estaba revelándose. El nacimiento milagroso de Isaac, era simbólico de la venida de Jesucristo como un pequeño niño. La orden para sacrificar a Isaac en el altar señalaba al “… Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo” (Apocalipsis 13:8).
Cuando Isaac llevó sobre sus espaldas la leña que sería utilizada para el fuego que habría de quemar su cuerpo, estaba profetizando el momento cuando dos mil años más tarde, Jesús llevaría su propia cruz hasta el Calvario. Su disposición a ser sacrificado por su anciano padre, fue simbólica del sometimiento del Mesías a su Padre y a sus verdugos. Incluso, algunos teólogos creen que se suponía que el sacrificio de Isaac habría ocurrido en el mismo lugar de la crucifixión de Jesús. Todos los elementos de esta historia tuvieron un significado profético. Por supuesto, Abraham no comprendió nada acerca del plan de Dios. Teniendo en cuenta su confusión y lo que estaba en juego para él, es asombroso que este hombre fiel a Dios obedientemente habría llevado a cabo el sacrifico de Isaac si no hubiera intervenido un ángel.
Uno de mis pasajes bíblicos favoritos, resume este acontecimiento desde la perspectiva de los tiempos del Nuevo Testamento. Casi dos mil años después, el apóstol Pablo describió a Abraham de la siguiente manera: “Y no se debilitó en la fe al considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto (siendo de casi cien años), o la esterilidad de la matriz de Sara. Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido; por lo cual también su fe le fue contada por justicia” (Romanos 4:19-22). En otras palabras, Abraham creyó a Dios, incluso cuando lo que le había dicho no tenía sentido. Los hechos decían claramente: “Es imposible que esto suceda”. El Señor le había hecho “vanas promesas” durante veinticinco años, y aún no había ninguna señal de que lo que le había prometido fuese a ocurrir. Preguntas sin respuestas y contradicciones inquietantes se arremolinaban en su mente. No obstante, Abraham no “dudó, por incredulidad”. ¿Por qué? Porque estaba convencido de que Dios podía trascender el razonamiento y la evidencia basada en los hechos. Y por eso se le llama: “padre de nuestra fe”.
Bueno, dejemos de hablar de Abraham y de su esposa Sara. ¿Qué podemos decir de usted y de mí, y de los tiempos en que vivimos ahora? ¿Hay alguna lección para la humanidad en éstos acontecimientos históricos? ¡Por supuesto que sí! Llegará un momento en su vida, en el cual los hechos le harán sentirse desesperado. Quizás, ese momento ya ha llegado, y Dios parece contradecirse a sí mismo, y no hay ninguna explicación satisfactoria. No todas las personas experimentan la misma clase de confusión, pero nadie puede evitar hallarse en una crisis de cierta magnitud. La fe no permanece por mucho tiempo sin ser puesta a prueba. La pregunta es: ¿cómo nos enfrentaremos a la crisis cuando ésta llegue? ¿Nos desesperaremos y saldremos huyendo? ¿Nos tambalearemos sacudidos por la incredulidad? ¿”Maldeciremos a Dios y nos moriremos”, como la mujer de Job le sugirió a él que hiciera? ¡Le pido a Dios que nos libre de hacer eso! Y yo creo que si nos preparamos para esa experiencia, podremos fortalecernos contra el ataque de que seremos objeto en ese momento.
Hace poco, mi amigo Robert Vernon, tuvo que enfrentarse a su propia versión de esa crisis universal. Bob fue asistente del jefe de la policía de la ciudad de Los Ángeles, donde sirvió por más de treinta y siete años, de una manera digna de reconocimiento. Cuando se acercaba el final del período de su cargo lo presionaron injusta e ilegalmente para que renunciara, debido a sus conservadoras creencias cristianas. Después que los medios de comunicación fracasaron en muchos intentos por desprestigiarlo en el departamento de policía, los críticos del jefe Vernon comenzaron a indagar en su vida privada, buscando algo con que pudieran avergonzarlo. Muy pronto lo encontraron. Alguien descubrió un casete en el que estaba grabado un discurso que, hacía catorce años, había pronunciado en su iglesia. A base de los comentarios que hizo acerca de la vida familiar, sacados de contexto y totalmente tergiversados, presionaron una investigación del trabajo realizado por Vernon en el departamento de policía. Lo que hicieron fue una violación de sus derechos amparados bajo la primera enmienda de la Constitución de los Estados Unidos. ¿Desde cuándo se puede perseguir a una persona por expresar sus opiniones religiosas en su propia iglesia? Esa pregunta está siendo considerada ahora por los tribunales, pero también en éstos existen evidencias de parcialidad.
Por favor, quiero que comprenda que nunca hubo ninguna acusación de mala conducta en el cumplimiento de sus responsabilidades oficiales. Sin embargo, se llevó a cabo una investigación de gran alcance, para ver si sus creencias religiosas habían afectado su trabajo. Finalmente, fue exonerado de todo mal comportamiento, pero su liderazgo quedó tan perjudicado por la investigación que tuvo que renunciar. Conozco personalmente al jefe Vernon, y puedo decir con toda seguridad, que lo hicieron abandonar su puesto simplemente por causa de su fe, a pesar de sus treinta y siete años de servicio intachable. La experiencia que tuvo el jefe Vemon, nos brinda la oportunidad de examinar un caso clásico de “fe bajo fuego”. Su situación tiene todas las características típicas: un acontecimiento muy inquietante; un elemento de injusticia (“¿Por qué tiene que sucederme esto a mí?”); un Dios silencioso que pudo intervenir, pero no lo hizo; y un montón de preguntas sin respuestas. ¿Ha tenido usted esa clase de experiencia alguna vez? Hace poco, le pedirnos a Bob que hablara en un servicio de capilla para los empleados de Enfoque a la Familia, y él escogió hablar de sus propias dificultades. Creo que sus observaciones serán muy útiles para usted, especialmente si en este momento está teniendo sus propias pruebas. Lo que sigue es lo que este veterano de la policía dijo a los miembros de nuestro personal:
Cuando ya se veía que muy pronto Darrell Gates renunciaría como jefe de la policía, un artículo apareció en una revista de Los Ángeles. Decía así: “Los que están deseosos de librarse de Cates, deben fijarse bien en quién es el que está esperando la entrada en escena. Es un individuo llamado Robert L. Vernon, que tiene creencias religiosas muy extrañas”. Luego, mencionaron tres cosas que, según se dice, yo había dicho en un discurso grabado catorce años antes. Me mantengo firme en lo que realmente dije, y no me estoy disculpando por ello. Torné esos conceptos de la Palabra de Dios. Pero la revista torció mis verdaderos comentarios, y dijo: “En primer lugar, él cree que la homosexualidad es un pecado”. Eso es cierto. “En segundo lugar”, dijeron ellos, “él cree que las mujeres deben someterse a los hombres”. Eso no es cierto. Yo me había referido a lo que la Biblia dice acerca del sometimiento mutuo en la relación matrimonial. En tercer lugar, mis críticos tergiversaron lo que había dicho sobre la disciplina de los hijos. Yo estaba hablando de un padre que no había cumplido la promesa que le había hecho a su hijo, y lo provocó a ira. Cuando el hijo se rebeló contra el padre, éste le dijo: “Si tienes a un hijo rebelde, tienes que quebrar su voluntad, y para hacer eso tienes que golpearlo”. Yo estaba citando lo que ese padre había dicho. Esas no eran mis palabras. Después dije: “¿Quién estaba equivocado en esa situación? El padre estaba equivocado, no el hijo”. Sin embargo, la revista me atribuyó las palabras del padre a mí, y luego concluyó diciendo: “Esto es lo que el jefe Vernon cree acerca de criar a los hijos”. Ellos editaron de tal forma la grabación que los oyentes sólo escucharon mi voz recomendando que golpeemos a nuestros hijos hasta quebrar su voluntad. Les dieron a los medios de comunicación esa grabación editada, quienes la dieron a conocer ampliamente. Esa fue una maniobra muy hábil. Como resultado, mi reputación fue gravemente dañada. Finalmente, tuve que abandonar el Departamento de Policía de Los Ángeles, y no he podido conseguir trabajo en la policía de ningún otro lugar. Recientemente, hice mi solicitud para un puesto en la parte norte de Denver, pero ni siquiera me llamaron para entrevistarme. Es que, soy un chiflado religioso. Creo cosas raras. Ahora sé qué fue lo que Salomón quiso decir cuando dijo: “Más vale el buen nombre que las muchas riquezas” [Proverbios 22:1, LBLA].
Incluso, tengo amigos cristianos que han escuchado en la radio la grabación, y me han dicho: “Sabemos que lo negaste, Bob, pero nosotros te oímos decir que se debe golpear a los niños hasta quebrar su voluntad”. Trate de explicarles, pero a veces es difícil hacer que las personas comprendan la verdad. Tengo que confesarles algo. No sólo me deprimí por causa de esa situación, sino que también me enojé con Dios. Y eso no estaba bien.
Aproximadamente por ese tiempo, tuve una experiencia que me ayudó a aclarar algunas cosas en mi mente. Mi hijo y yo decidimos flotar por el río Colorado en una balsa. Ese fue un viaje dramático, puedo asegurárselos. Comenzarnos el viaje con dieciocho amigos, en un lugar llamado Lee’s Ferry. Cuando empezarnos a flotar, para llevar a cabo el viaje que duraría ocho días, alguien dijo: “Bueno, todos estamos comprometidos”. Seguro que lo estábamos. Al llegar el tercer día, hubo algunos que estaban hartos del viaje. Pero no podían hacer nada. No había ninguna manera de salir de aquel cañón, a no ser río abajo. Así obra el Señor cuando nos enfrentamos con un momento de dificultad. No debemos ponernos a pensar en cómo salir del aprieto. Simplemente, permanezca firme en su compromiso y usted saldrá del problema a su debido tiempo. Había algunos lugares extremadamente turbulentos a lo largo del río. Por ejemplo, en Lava Fans la balsa descendió verticalmente once metros, por una distancia de más de veintidós metros. Cuando nos acercábamos a un lugar como ésos, el capitán de la balsa, llamado Robín, decía: “Este va a ser uno bueno”. Lo que quería decir con eso, era: “¡Todos vamos a quedar muertos!” Finalmente, llegamos a Kermit Falls, lugar que para nosotros fue el más violento a todo lo largo del río. De repente, pareció que Robín había perdido control de la balsa, justamente cuando comenzamos a descender por los rápidos. La balsa cambió de dirección y comenzó a ir de lado en el peor de los momentos. Por un instante, me sentí tentado a saltar fuera de la balsa. Realmente, pensé que todos íbamos a morir. Entonces, escuché el estruendo del motor de la balsa trabajando al máximo. Me di cuenta de que Robín había cambiado la dirección de la balsa a propósito. Entonces vi una enorme roca que se había caído desde las paredes del gran cañón. Estaba sobresaliendo por encima del agua en medio del río.
Por eso Robín había desviado la balsa. Lo había hecho para que toda la fuerza del motor pudiera empujamos alrededor de la peligrosa roca. Si yo hubiera saltado fuera de la balsa, me habría ahogado o podría haber sido aplastado contra la roca. A aquellos de ustedes que hoy en día están cayendo por la cascada, les digo que resistan la tentación a saltar fuera de la balsa. Dios sabe lo que está haciendo. El tiene su balsa yendo de lado por una razón. Aunque, tal vez, la reputación de usted haya sido arruinada, se sienta deprimido y esté preguntándose qué debe hacer, si escucha con atención podrá oír la voz de aquel que le dijo a David: “¡Confía en mí!” Como resultado de mi experiencia en el río, y de leer el Salmo 37, he aprendido a no inquietarme. Le he confesado mi enojo a Dios, y le he dicho: “Tú sabes lo que estás haciendo, aunque mi balsa parezca estar fuera de control. Confiaré en ti. Me deleito en ti. He encomendado mi camino a ti. Ahora estoy ‘descansando’ en mis circunstancias”. Pero, entonces tuve que aprender la más difícil de las lecciones. A medida que mi esposa y yo leíamos otros Salmos, había una palabra que continuamente saltaba a la vista. Era la palabra “esperar”. “¡No, Señor! No quiero esperar. Quiero que me ayudes ahora. Por favor, véngate de los que me han hecho daño”. Pero él dice: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios” [Salmo 46:10]. Después, él me guió a los últimos versículos del Salmo 37, donde se nos dice: “Considera al íntegro, y mira al justo; porque hay un final dichoso para el hombre de paz. Mas los transgresores serán todos a una destruidos; la posteridad de los impíos será extinguida. Pero la salvación de los justos es de Jehová, y él es su fortaleza en el tiempo de la angustia. Jehová los ayudará y los librará; los libertará de los impíos, y los salvará, por cuanto en él esperaron” (Salmo 37:37-40).
Las palabras del jefe Vernon, muestran gran madurez y fe, teniendo en cuenta la injusticia y el dolor que él y su esposa Esther, han padecido. He compartido su mensaje aquí porque muchos de mis lectores han experimentado dificultades parecidas. ¿Es usted uno de ellos? Está su balsa yendo de lado por el río? ¿Está descendiendo por los rápidos, hacia las rocas que están abajo, aterrorizando a todos los que se encuentran a bordo? ¿.Ha pensado usted saltar al río y tratar de nadar p.ara encontrar la seguridad por sí mismo? Eso es precisamente lo que Satanás quisiera empujarlo a hacer. Quiere que usted deje a Dios, quien parece haber perdido el control de sus circunstancias. Pero le animo a que no se aleje de la seguridad de la protección de Dios. El Capitán sabe lo que está haciendo. Existen propósitos que usted no puede percibir o comprender. Es posible que usted nunca los comprenda, por lo menos no en esta vida, pero no debe soltarse de su fe. Después de todo, la fe es “la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1). Antes de seguir adelante, hay otro ejemplo de “fe bajo fuego” que creo que vale la pena considerarlo. Tiene que ver con algo que ocurrió en la familia del doctor Jim Conway y su esposa Sally, y representa la experiencia de millones de personas en todo el mundo. Mientras que el jefe Vernon luchó contra la injusticia y la vergüenza profesional, el matrimonio Conway tuvo que hacerle frente a un problema mucho más grave. La vida de su querida hija se vio en peligro. Permitiré que sea el doctor Conway quien relate la historia, según fue escuchada en el programa radial de Enfoque a la Familia:
Cuando nuestra hija tenía quince años de edad, comenzó a tener problemas con una de sus rodillas. Durante año y medio, la vieron varios doctores, tuvo distintos análisis y exámenes de tomografía axial computarizada. También le hicieron dos extensas biopsias del tumor que encontraron. Esperamos dos semanas para poder saber los resultados de muchos laboratorios patológicos de todo el país, que estaban estudiando su misteriosa protuberancia. Finalmente, una noche, nuestro médico vino a nuestra casa, y nos dio noticias muy angustiosas. Dijo que Becki tenía un tumor maligno, y que era necesario amputarle la pierna. Usted puede imaginarse cuán abatidos nos dejó eso a Sally y a mí. Me negué a creerlo. Decidí impedir esa cirugía, orando hasta que Dios prometiera sanarla. “No te van a amputar la pierna”, le dije a Becki. “Creo que Dios va a hacer un milagro. El nos dijo que podemos venir a él cuando tenemos problemas. Estoy absolutamente convencido de que no será necesario que te hagan esta cirugía”. Entonces, nuestra iglesia comenzó a tener una vigilia de veinticuatro horas de ayuno y oración. Miles de personas en todos los Estados Unidos y en otros países estaban orando por la curación de Becki. La mañana en que se iba a realizar la cirugía, le dije a nuestro médico: “Scott, cuando entre a la sala de operaciones, por favor compruebe que el cáncer ha sido sanado. Dios no nos va a fallar. Estoy seguro”. El se fue y no regreso inmediatamente. Pasaron cuarenta y cinco minutos, y aún Sally, mis otras dos hijas y yo, permanecíamos sentados en la sala de espera. Pasó una hora, y luego pasaron dos. Empecé a darme cuenta de que algún extenso procedimiento médico debía estar llevándose a cabo. Entonces, salió el doctor y me dijo que le habían amputado la pierna a Becki. Me quedé hecho añicos. Estaba totalmente destruido. ¡Había perdido a Dios! Lleno de ira, me puse a golpear las paredes del hospital y a decir: “¿Dónde estás Dios? ¿Dónde estás?” Me encontraba en estado de conmoción, y me puse a recorrer de un lado a otro el depósito de cadáveres, que estaba en el sótano del hospital. Aquel era el lugar donde pensaba que yo debía estar, rodeado por la muerte. Estaba enfrentándome con algo más importante que la muerte de Becki, a pesar de todo lo terrible que ésta era. Estaba luchando por entender las consecuencias teológicas de lo que había sucedido. Verá usted, si yo hubiera sido un plomero en vez de un pastor, el día siguiente habría podido ir a arreglar cañerías y mi confusión espiritual no habría afectado mi trabajo. Pero mi empleo exigía que me pusiera de pie delante de las personas y les enseñara los principios de la Biblia. ¿Qué podría decirles ahora? Si yo hubiera sido un pastor liberal, que no creía que literalmente la Biblia era la verdad, habría podido sobrevivir haciendo la reseña de algún libro y hablando de asuntos sin importancia. Pero era el pastor de una iglesia en donde creíamos que la Biblia es la Palabra de Dios. Mi estilo de enseñar era expositivo, analizando los versículos uno por uno, y extrayendo su significado. ¿Cómo podía regresar a mi congregación y decirles que Dios había permitido que mi hija perdiera una pierna? Ese fue un momento terrible en mi vida.
Ese día, mientras estaba sentado afuera del depósito de cadáveres, un amigo mío me encontró encerrado en las profundidades del hospital, y vino a rescatarme. ¡Dios me lo había enviado! Yo no soy parte del movimiento carismático, pero se trataba de Dick Foth, pastor de una iglesia de las Asambleas de Dios, quien estuvo a mi lado llorando y orando por mí. El me dijo: “No estoy preocupado por Becki. Estoy preocupado por ti. Hay unas dos mil personas en tu iglesia, y miles más en otros lugares, que están orando fielmente por ti. Vas a salir bien de esta prueba”. Entonces, él y otros dos amigos tomaron turnos para estar conmigo ayudándome. Uno se iba a tomar café y los otros se quedaban conmigo. Sólo me mantenían hablando, dejándome desahogar la frustración y el enojo que sentía. No me censuraron, aunque estaba tan enojado con Dios. En una ocasión, dije: “Creo que Dios estaba tan ocupado buscándole a una anciana un lugar donde estacionar su auto, que no tuvo tiempo para evitar que le amputaran la pierna a Becki”. Dick me escuchaba, y luego decía: “¿Hay algo más que necesitas decir?”No tenía que preocuparme de que si yo decía algo inquietante, ellos dudarían de Dios. No me preocupaba que ellos fueran a alejarse de Dios por mi culpa. No necesitaba reprimirme y decir: “Tengo que mantener la apariencia profesional, porque soy un predicador. Tengo que comportarme bien”. Ellos me permitieron que le hiciera frente a mi dolor.
Algunos creyentes no saben cómo reaccionar cuando una persona está experimentando esta clase terrible de depresión. Dicen: “Oraré por usted”, lo cual puede significar: “Realmente, ya no estoy escuchando lo que usted dice”. Esa puede ser una manera de ponerle fin a la responsabilidad de ayudar a alguien a llevar su carga. En realidad, cuando se trata de sobrellevar los unos las cargas de los otros, a veces los que no son creyentes lo hacen mejor que nosotros. Ellos saben que es importante desahogar el resentimiento y la ira, mientras que los cristianos pueden pensar que tienen que reprimirlos. La Biblia nos dice: “Claman los justos, y Jehová oye, y los libra de todas sus angustias” (Salmo 34:17). También, después me molestaba que las personas me dieran explicaciones simplistas y comentarios poco serios, con el fin de “animarme”. Me irritaba el que citaran Romanos 8:28: “todas las cosas cooperan para bien” [LBLA), sin haberse ganado el derecho de tratar de restarle importancia a mi dolor. Sentía deseos de decir: “Hábleme de eso en otra ocasión. Hábleme cuando le hayan amputado una pierna a su hija de dieciséis años.
Venga a verme cuando usted haya tenido una experiencia como ésta, y entonces hablaremos otra vez”. A veces los cristianos nos acostumbramos tanto al estilo de vida de “tenemos que estar animados” que nos volvemos unos farsantes. Durante esos días, casi escuché a la gente decirme: “No diga esas cosas. ¿Qué pasaría si le oyera Dios?” ¡Cómo si Dios no supiera lo que yo estaba pensando y con lo que estaba luchando! Dios sabía lo que yo estaba experimentando, y él comprendía mi ira. Mi amor por Becki tenía su origen en él. Así que, ¿a quién trataría yo de engañar ocultando el dolor que sentía en mi alma? Me acuerdo de un hombre que vi en un restaurante, unos días después que Becki tuvo la cirugía. Estaba sentado a una mesa, y cuando pasé caminando por su lado, extendió la mano y me agarró por mi abrigo. Dijo: “Jim, creo que Dios ha permitido que esto ocurriera porque ha traído un avivamiento en nuestra iglesia”. Le dije: “¿Y qué va a hacer Dios para traer otro avivamiento después que este haya pasado, cortarle la otra pierna a Becki? ¿Y más tarde un brazo y luego el otro? No habría suficiente Becki para mantener avivada a cualquier iglesia, si eso fuera lo necesario”. Cuando uno comienza a buscar respuestas insignificantes como ésas, se deshumaniza a las personas que sufren, y se insulta a nuestro grandioso Dios, que ama a los oprimidos y los cuida. No podía encontrar una explicación del por qué Becki tuvo que perder su pierna, pero sabía que las respuestas que me habían dado no eran correctas.
Probablemente, lo más importante que aprendí durante todo este proceso, es lo siguiente: Me di cuenta, por completo, de que sólo tenía dos opciones. Una era continuar enojado con Dios y seguir el camino de la desesperación en que me encontraba. La otra era dejar que Dios fuera Dios, y de alguna manera decir: “No sé cuál es el significado de todo esto. No comprendo por qué ha ocurrido. No voy ni siquiera a pedir una explicación. He decidido aceptar el hecho de que tú eres Dios, y yo soy tu siervo, y no al contrario” y dejé todo en las manos del Señor. Fue cuando decidí hacer eso, que pude hacerle frente a mi situación. Reconozco francamente que después de todos los años que han pasado, aún tengo luchas con algunas cosas. Todavía el ver a mi hija saltando con una pierna, me revuelve el estómago. Pero he llegado a darme cuenta de que Dios tiene un propósito supremo, y sencillamente yo no entiendo ese propósito. Estoy preparado a esperar hasta la eternidad, si fuera necesario, para recibir respuestas a mis preguntas. Como Job, ahora puedo decir: “Aunque él me matare, en él esperaré” (Job 13:15). La desesperación, o la aceptación de la soberanía de Dios. Esas son las alternativas. Permítame decirlo otra vez. Las alternativas son la desesperación, o Dios. No hay ninguna otra opción. Y nuestra familia ha escogido aferrarnos a Dios.
Gracias a usted doctor Jim Conway, a su esposa Sally y a su hija Becki, por permitirnos compartir su dolor más profundo. Muy pocas veces hemos visto entre los cristianos, tanta sinceridad y vulnerabilidad. Confío en que Dios continuará usando la experiencia de ustedes para fortalecer la fe de aquellos que, simbólicamente, están sentados en el depósito de cadáveres. Todo en lo que han creído y depositado su esperanza ha sido atacado por las fuerzas del mal. Se ha derrumbado el fundamento filosófico y teológico sobre el cual descansaba todo. Así que, ¿qué pueden hacer ahora? Sólo hay una respuesta, y es la conclusión a la que llegó el doctor Jim Conway en su momento de crisis: No exija explicaciones. No cuente con su habilidad para comprender. No se suelte de su fe. Escoja confiar en Dios, usando la voluntad que él ha puesto dentro de usted. La única otra alternativa es: la desesperación.
Dejar de ser yo para que Cristo more en mi…
me eh! entregado a cristo,sigo su camino puliedo el corazon, gracias. corta frase pero con mucha sabiduria, dios la bendiga…
Es una batalla para valientes ,que Dios siga guiandole y bendiciendole hermano Jorge.
Dios los bendiga, respecto a lo que dicen de la correccion a los hijos la misma palabra de Dios dice en Proverbios, instruye a tu hijo desde pequeño que cuando sea grande no se apartara de ella, tambien dice con vara corriges al hombre.
Proverbios 19:18 Corrige a tu hijo mientras hay esperanza, pero no desee tu alma causarle la muerte.
No escatimes la disciplina del niño; aunque lo castigues con vara, no morirá.
Que Dios los bendiga. Los propositos de Dios hacia los hombres no lo entendemos pero de que si estamos seguros es que son para nuestro provecho y bendicion, porque Dios al que toma por hijo lo corrige y todo lo que le pase es para bien, no para mal, sea cual sea el caso, porque Dios es grande en misericordia y grande en amor, pero tambien es fuego consumidor (Hebreos).