Seguir a Jesús no es hacer algunas obras de caridad y luego vivir su propia vida. Tampoco es aislarse del mundo y vivir entre nubes o en una burbuja; no es eso lo que quiere ÉL: “No ruego, Padre, que los quites del mundo, sino que los guardes del maligno” (Jn. 17,15).

Seguir a Jesús es entregarle toda la persona y toda la vida, para que a través de ellas, El pueda continuar aumentando Su Reino entre nosotros: “Otra parábola les refirió diciendo: El reino de los cielos es semejante al grano de mostaza (porque es sencillo, humilde y simple), que un hombre tomó y sembró en su campo; el cual a la verdad es la más pequeña de todas las semillas; pero cuando ha crecido, es la mayor de las hortalizas, y se hace árbol, de tal manera que vienen las aves del cielo y hacen nidos en sus ramas” (Mt. 13, 31-32).

Cuando el Reino de Dios crece, tiene espacio más que suficiente para que se acerquen a Él todos los necesitados de Dios que el Señor ponga en su camino. Pero no se trata de darle una parte de nuestra vida y una parte de nuestra persona. ¿Creen ustedes que servimos para el crecimiento del Reino de Dios si sólo le damos al Señor un rato los domingos y otro los sábados? No olvidemos que el Padre y Jesús siempre trabajan, de día y de noche: “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo” (Jn, 5,17).
Y si le damos solamente una parte de nuestra persona, por ejemplo la buena voluntad de atender enfermos una vez al mes, pero no le entregamos nuestras emociones, nuestros afectos, planes, imaginación, inteligencia, y todos nuestros talentos, ¿cómo podrá el Señor continuar con la construcción de Su Reino? Si los obreros no trabajan en la Viña del Padre todo su tiempo y con todas sus capacidades, el Padre no puede aumentar Su Reino. En el Reino del Señor no se presta un trabajo voluntario.
En el Reino del Señor se es, se permanece. Permanecer significa “quedarse en”; “quedarse con”: “Permaneced en mí, y yo en vosotros (todo el tiempo). Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros lo pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto, porque separados de mí nada podéis hacer” (Jn.15,4-5).

Una persona del mundo podría decir tranquilamente que Jesús es un fanático por estas Palabras. Jesús tiene razón al decir que lo que hacen las personas que no “permanecen” en El, por muy buenas que sean sus obras, son cosas temporales, pasajeras: “Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará; porque a éste señaló Dios el Padre” (Jn. 6,27).
En el Reino del Señor cada uno de nosotros es un ladrillo sobre el cual se van agregando otros y otros hasta lograr la edificación total: “Siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu” (Ef. 2,20b-22). Ningún ladrillo se toma vacaciones, ni fines de semana o sólo ayuda a sostener la estructura unas cuantas horas semanales y después retorna a la ladrillera. Así también pasa con nosotros. No podemos estar una o más horas en el Reino de Jesús y luego volver al mundo.
Cuando esto hacemos, nuestra liviana presencia en el Reino no produce ningún fruto en nosotros, salvo el de la hipocresía, porque lo que aparentamos en el Templo de Dios, no lo vivimos en el mundo. Para poder estar permanentemente en el Reino de Dios, tenemos que superar muchos conflictos con el mundo, y con las personas que son del mundo. Mt. 8, 19-22; Lc. 9, 60b: “Y vino un escriba (los que transcribían la Sagrada Escritura) y le dijo: Maestro, te seguiré a donde quiera que vayas. Jesús le dijo: Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del hombre no tiene dónde recostar su cabeza” (porque el único refugio que tenemos en el Reino de Dios es el Padre, Jesús y el Espíritu. En el mundo no nos podemos refugiar en nada ni en nadie, porque todo falla y nosotros también).

Otro de sus discípulos le dijo: Señor, permíteme que vaya primero y entierre mi padre. Jesús le dijo: sígueme; deja que los muertos entierren a sus muertos; y tu ve, y anuncia el reino de Dios” (los muertos son los que no están en el Reino de la Vida, de Dios. Para salirnos del reino de los muertos tenemos que acercarnos a Él, seguirlo a Él, anunciarlo a Él. No podemos estar con los muertos y llegar por su medio a la Vida).
“Entonces también dijo otro: Te seguiré, Señor; pero déjame que me despida primero de los que están en mi casa. Y Jesús le dijo: ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el Reino de Dios” (Lc. 9,61-62). El que toma la decisión fundamental, la opción definitiva por Jesús, pero con su corazón entristecido por lo que deja atrás, “no es apto para el Reino de Dios”. Evidentemente, al Señor hay que seguirlo con todo el ser; con todas las emociones; sin ataduras emocionales o afectivas que nos hagan perder fuerza en el Reino de Dios. Los que hacen es, pertenecen a la Antigua Alianza. Eso fue lo que hizo Eliseo cuando fue invitado por Elías a seguirlo; primero regresó (1Re. 19-19); actitud del Reino Judío, no del Reino de Dios.

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