Posted by Isidro in asides, Blog, Featured Articles | 0 Comentarios
Siete cosas que debemos saber para entender la profecía de los últimos días (Parte III)
6).- La Duración y Propósito del Milenio
De la misma manera que las palabras “rapto” y “lucifer” tienen su origen del latín, así es la palabra “milenio”. Esta palabra quiere decir “mil años” y es el período en que el Señor va a reinar en la tierra, conocido también como la Era del Reino. Es el séptimo y último período de mil años de la Era del Hombre, la cual comenzó con la formación de Adán. Algunas personas confunden este período con la eternidad, pero son totalmente distintos. Un milenio es un lapso definido de tiempo, mientras que la eternidad es la ausencia del tiempo.
El Milenio en la Tierra
Durante el Milenio, el Señor será Rey del Cielo y de la Tierra, habiendo sido restaurada la tierra a la condición que tenía cuando Adán fue creado. Esto incluye el restablecimiento de la paz entre el hombre y los animales, devolviendo a la tierra el entorno original del jardín del Edén, con un clima sub-tropical a nivel mundial, eliminando el clima violento, las tormentas mortales, los terremotos y los climas extremos de calor y frío. El lapso de la vida humana empezará a aumentar de nuevo hasta igualar al de los patriarcas en Génesis. Las enfermedades y las dolencias, que son sub- productos del pecado, serán grandemente reducidas. Aparentemente la población de la tierra será sostenida por el retorno de una economía agraria, pero sin todos los obstáculos que enfrentó Adán después de la maldición de Génesis 3 pues esta maldición será removida. El hombre producirá lo suficiente para el sostenimiento de su familia, y disfrutará haciéndolo. Nadie trabajará sin producir algo, o principalmente para beneficio de los demás. Los hijos crecerán sin temor y los adultos llegarán a viejos en paz. (Esto es un resumen de Isaías 2:1-5, 4:2-6, 35, 41:18-20, 60:10-22, 65:17-25; Miqueas 4:1-8)
Puesto que la tierra será repoblada principalmente por los sobrevivientes de la tribulación, en sus cuerpos naturales, aun habrá pecado pero a un grado mucho menor, especialmente al principio. En el llamado Templo Milenial en lsrael, los sacerdotes conducirán los sacrificios cotidianos por el pecado, como lo hacían en el Antiguo Testamento. Pero mientras que los creyentes del Antiguo Testamento eran solamente observadores de estos sacrificios para que aprendieran lo que el Mesías haría un día por todos ellos, los creyentes originales del Milenio los observarán como un recordatorio, y para que sus hijos aprendan lo que Jesús ya hizo por todos (Ezequiel 40—47).
El Señor reinará de manera suprema en la Tierra como Rey y Sumo Sacerdote, y será la cabeza de un gobierno mundial y de una religión mundial. Él no tolerará ninguna amenaza a Su paz establecida, como tampoco ninguna desviación a Su doctrina (Salmo 2).
Al principio, solamente creyentes habitarán la Tierra, disfrutando de un ambiente verdaderamente utópico, sobre el que la humanidad siempre ha soñado tener, pero que solamente Dios puede crear. Pronto empezarán a tener hijos que, al madurar, tendrán que escoger recibir el perdón del Señor, tal y como nosotros lo hemos hecho. Y como lo es hoy también, algunos van a rechazar al Señor para seguir sus propios caminos. Al momento en que Satanás ser soltado al final del Milenio, habrán tantos que han rechazado al Señor que rápidamente este podrá reclutar un gran ejército en su intento final de echar al Señor de este planeta.
Pero con fuego del Cielo, el Señor destruirá el ejército de Satanás, lanzándolo al lago de fuego en donde será atormentado día y noche para siempre. Nunca más él y sus cómplices estarán libres para afligir al pueblo de Dios (Apocalipsis 20:7-10).
¿Cómo Sucederá Eso?
Lo que empezó como una era de insospechable paz y prosperidad, habrá terminado en una guerra abierta en contra del mismo Rey que hizo posible todo eso. ¿Cómo puede ser eso?
Antes del Milenio el hombre tenía tres excusas en su incapacidad para complacer a Dios. La primera era Satanás, cuyas astutas artimañas hicieron que muchos cayeran. Pero durante todo el milenio, Satanás ha estado atado en la oscuridad.
La segunda era la mala ¡influencia de los incrédulos entre nosotros. Pero cuando el Milenio comience, la Tierra va a ser limpiada de todas estas personas. Solamente aquellos que han entregado su corazón a Cristo podrán entrar en el Reino.
Y la tercera era la ausencia de Dios en nuestro medio. Durante 2.600 años, con la excepción de un corto período de 33 años, Dios había estado ausente del planeta dejando al hombre que se valiera por si mismo. Pero durante todo el Milenio, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo estarán morando en medio del pueblo de la tierra.
¿Cuál es el Punto?
En el Milenio, los moradores de la tierra vivirán en un ambiente ideal con circunstancias como en el paraíso, como Adán y Eva. La maldición ha desaparecido y el Señor está allí entre ellos, todos son creyentes y Satanás está atado. Y sin embargo, aun queda suficiente pecado residual en el corazón de las personas no regeneradas, las cuales se rebelarán en contra de Dios en la primera oportunidad que se les presente. El hombre pecador no puede vivir en la presencia de un Dios Santo al no estar dispuesto a guardar Sus mandamientos. La persona pecadora necesita un Salvador y Redentor para reconciliarse con Dios y un trasplante de corazón para curarlo de su naturaleza pecaminosa. Todo el asunto del Milenio es el demostrar de una vez por todas que el corazón del hombre es engañoso sobre todas las cosas y más allá de ningún remedio.
El Milenio en la Nueva Jerusalén
La vida es totalmente diferente en la Casa de los Redimidos. A pesar de que los reyes de la tierra nos traen su esplendor, ningún incrédulo podrá poner siquiera un pie en este lugar, ni aun un creyente en su cuerpo natural. Nuestras las mansiones en el cielo están hechas del oro más puro como también lo son las calles que pasan frente a ellas, sus cimientos están hechos de piedras preciosas. En la Nueva Jerusalén no hay ningún templo porque el Cordero de Dios mora allí y Él es nuestro Templo. La fuente de energía que nos ilumina y nos calienta es la Gloria de Dios y nuestro resplandor a su vez provee luz a las naciones de la tierra (Apocalipsis 21:9-27).
Nuestros cuerpos glorificados habrán sido liberados de sus ataduras dimensionales, permitiéndonos aparecer y desaparecer a voluntad, viajando a través del tiempo a la velocidad del pensamiento conforme sondeamos las delicias ilimitadas de la Creación de Dios. Ningún detalle ha sido olvidado cuando se trata de nuestra comodidad y felicidad. No habrá más muerte ni lamento ni llanto ni dolor, solamente los interminables gozos de la exploración y del descubrimiento. “Antes bien, como está escrito: cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman” (1 Corintios 2:9).
Nuestro hogar no se encuentra en la Tierra, como tampoco está en el Trono de Dios. Bajando del cielo, pero sin tocar la Tierra, nuestro hogar podría ser llamado un satélite de órbita baja en términos de la tecnología de hoy en día. 2.240 kilómetros de alto, ancho y fondo, no cabría siquiera en lsrael, menos en Jerusalén. Si tocara la Tierra, necesitaría el espacio equivalente de Centroamérica y México; de toda Europa Occidental desde Suecia a Italia; y sería 4.000 veces más alto que el edificio más alto de la Tierra.
La iglesia ha sido descrita como una perla de gran precio. Una perla se forma en el océano y crece en respuesta a la presencia de un cuerpo extraño, un estorbo. Es la única gema preciosa que se origina de un organismo vivo. Cuando se cosecha, se remueve de su hábitat normal para colocarla en un entorno hecho a la medida en donde se convierte en un objeto de adorno.
Así sucede también con la Iglesia. Formada de entre las naciones gentiles, la Iglesia fue un estorbo mayor tanto para lsrael como para el Imperio Romano. A través de cientos de años de persecución para destruirla creció de manera constante. Al momento de la siega, seremos llevados de la Tierra a nuestras mansiones que el Señor ha preparado especialmente para nosotros, para convertirnos en su objeto de adorno.
7).- La Eternidad
No puedo decir mucho sobre la eternidad, excepto que sí hay una. La Biblia termina al final del Milenio pero, sin embargo, nos enseña que todas las personas que han nacido vivirán eternamente. La cuestión no es si uno va a tener vida eterna. La cuestión es en dónde va a pasar usted la eternidad. Solamente hay dos posibles destinos y ya los hemos descrito. La felicidad eterna en la presencia de Dios, o la vergüenza y castigo eternos apartados de la presencia de Dios. Mientras Dios es paciente, deseando que nadie se condene, esa no es Su decisión. Esa decisión la ha puesto Dios en nuestras manos, sabiendo que sin una alternativa, el escoger aceptarlo de manera voluntaria, no tiene sentido. Dios nos ama lo suficiente como para arriesgarse a que usted tome la decisión equivocada, y también nos ama lo suficiente como para cumplir Sus deseos si usted lo hace.
Aclaremos algo: Nadie escoge a sabiendas el ir a un lugar de tormento eterno. Pero muchas personas terminarán allí. Cuando lo hagan será porque rehusaron escoger ir al cielo, y entonces, solamente hay otra alternativa.
Aquí están, pues, las Siete Cosas que debemos Saber para Entender la Profecía de los Últimos Días. El aprenderlas nos permitirá, de manera exitosa, evitar todas las herejías y las falsas enseñanzas que abundan en estos últimos días. El estudio de la profecía no es un asunto de salvación, pero el Señor sí nos advirtió en varias ocasiones que supiéramos las señales de los tiempos para que esas herejías y falsas enseñanzas no nos tomen por sorpresa. Debemos estar vigilando con gran expectativa y esperando con gran certeza.
En Apocalipsis 1:3 se nos prometen las bendiciones por nuestro estudio diligente de la profecía, y en 2 Timoteo 4:8 se le otorga una corona a todas aquellas personas que aman Su venida. Pero para mí, el regalo más grande viene del estudio de la profecía que es lo que fortalece nuestra fe. Nada se puede igualar al observar la Palabra de Dios procediendo de lo abstracto a lo concreto, como lo podemos ver en el cumplimiento de la Profecía Bíblica ante nuestros ojos.
Si escuchamos cuidadosamente, casi podemos oír los pasos del Mesias.