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Tsunami en Indonesia: la iglesia que se transformó en sepultura,Hna. María Elena
Tsunami en Indonesia: la iglesia que se transformó en sepultura
TESTIGO DIRECTO
Los familiares de decenas de jóvenes que participaban en una sesión de catequesis siguen buscando sus cadáveres tras el terremoto de las Islas Célebes
Tsunami en Indonesia: travesía por la carretera de la muerte
Las biblias estaban esparcidas entre el barro y los escombros de lo que fue el auditorio de la iglesia de Jone Oge. Lo mismo que la foto de Jesucristo casi oculta por los despojos. Uno de los libros quedó abierto por el inicio de su primer versículo: Génesis. “Y la tierra estaba sin orden y vacía, y las tinieblas cubrían la superficie del abismo…” Toda una alegoría del caos que se abatió esa jornada sobre la pequeña aldea, sita en el distrito de Sigi Biromaru.
A su lado, arrugada por la humedad, se encontraba el cuaderno de una de las chiquillas que participaban en las sesiones de catequesis. Los chavales no sólo se dedicaban al estudio de la Biblia. También recibían clases de inglés. “Mi nombre es Angelita Yolia Vorang. Me puedes llamar ángel. Mis hobbies son cantar y rapear. Nací en esta ciudad (Palu). Tengo 15 años. Me encanta la música de Billie Eilish. Sus canciones son malditamente buenas. Deberías escucharlas. También odio a la gente falsa”, había escrito la adolescente.
Como cada año, Angelita se había reunido con más de 100 menores en la sesión anual de catequesis que organizaba la comunidad cristiana protestante de la ciudad de Palu, que este año había elegido la pequeña aldea de Jone Oge, ubicada a una decena de kilómetros de la principal urbe de la zona. Los chavales llegaron a colgar fotos desde Jone Oge en las que se les veía sonriendo y haciendo el gesto de la victoria con los dedos frente a una pancarta donde se leía “De la Oscuridad a la Luz”.
Apodado el “campamento de los soldados de Dios”, la convocatoria de Jone Oge era una de las citas más simbólicas para los cristianos de Palu, una minoría que agrupa a medio millón de creyentes en esa provincia.
“Era un grupo mixto. Algunos chicos venían a tocar música y aprender inglés. Mi hermana vino a estudiar la Biblia junto a compañeros suyos del Instituto SMA Negeri 2 Palu. Se hace todos los años. Esta era la tercera ocasión en la que participaba. Solían ser tres días de reunión en los que rezaban a Dios y reforzaban el contacto de nuestra comunidad con nuestro Señor”, explicaba Lidya Mauren, de 27 años.
Su hermana, Dian, de 17 años, vino a rezar. Nunca regresó. Lo mismo que decenas de chavales. El día 28, mientras que todos los participantes compartían su cena en el auditorio, sobrevino el terrible terremoto que asoló esta región al norte de las Islas Célebes.
“El edificio se cayó encima de la mayoría”, aclara Lidya. La construcción quedó a ras de suelo atrapando a decenas de chiquillos. Los uniformados que intentan recuperar sus restos han marcado el montículo de cascotes con una bandera blanca. “Significa que aquí todavía hay cadáveres”, añade Lidya.
La catástrofe se agravó cuando el movimiento sísmico generó el temido fenómeno de la licuefacción del suelo y toda la zona se transformó en cuestión de minutos en un mar de lodos. El propio templo fue desplazado por el tsunami de lodo y terminó a casi dos kilómetros de donde se encontraba emplazado. El habitáculo de dos pisos se elevaba casi 11 metros. La torre que portaba una enorme cruz roja y que servía de distintivo a todo el recinto aparece ahora tumbada sobre el suelo. A pocos metros de allí se divisa el minarete de una mezquita, también destruida por una naturaleza que al menos no hace distingos al elegir la religión de sus víctimas.
El jueves, decenas de miembros de los servicios de rescate asistidos por un pala excavadora pudieron llegar finalmente a Jone Oge tras descubrir una recóndita ruta a través de la campiña de Sigi que les permitió acceder a la aldea. Hasta esa misma mañana, el único camino conocido era el que siempre había existido, la carretera que atraviesa Sigi. Pero el lodo acabó con el asfalto y lo sustituyó por una auténtica ciénaga.
Para llegar a Jone Oge había que caminar durante más de hora y media por ese pantano intentando esquivar las pozas de lodo. Una misión casi imposible que hacía que los visitantes terminaran atrapados con el fango por encima de las rodillas de forma recurrente. “Esto es muy peligroso. Parecen arenas movedizas”, opinó Rifki Hasan.
Quizás por eso, la compleja ruta tan sólo es transitada por el terceto que acompaña a Rifik y un pequeño grupo de salteadores, que todavía siguen esquilmando las viviendas destruidas.
Este fue el penoso periplo que tuvo que hacer el primer equipo de rescate que llegó días después del suceso hasta Jone Oge para trasladar los 34 cadáveres que descubrieron en el recinto cristiano. “El mayor desafío fue atravesar el barro a pie mientras transportaban los cuerpos hasta la ambulancia”, relató Aulia Arriani, portavoz de la Cruz Roja.
El paisaje en Jone Oge es pura devastación. Al lado de una vivienda reducida a desechos hay una tumba marcada con una cruz y la bandera de Indonesia. Sobre el barro alguien colocó un manojo de flores y varias botellas de agua. También hay varios jeeps hundidos en el fango endurecido. Uno de ellos porta una bandera del Barcelona FC en su puerta trasera.
Las ruinas de los domicilios acogen todavía el recuerdo de quienes los habitaron. En uno de ellos hay un álbum de fotos donde aparece un pequeño bebé. En la segunda página se ve a un niño de pocos años montado en un elefante y un coche de un parque de atracciones. Otra imagen recuerda cómo era la familia que vivía en esta vivienda, que quizás ya no exista. Se les ve sonreír a todos juntos, sentados en un sofá, mientras inmortalizan el momento.
El hedor a muerte tampoco se ha disipado en Jone Ogo. Los equipos de rescate siguen buscando a más de 80 chavales cuya suerte se desconoce. Dian, la hermana de Lidya Mauren, es una de ellas.
“Va todo muy despacio. En otros países no pasa esto. Si se hubiera reaccionado de forma más rápida a lo mejor podrían haber salvado a alguno de ellos. Los chicos que consiguieron escapar nos dijeron que escucharon como los chiquillos atrapados entre los escombros gritaban: ‘¡Ayuda!¡Ayuda!’. También dicen que lloraban y decían: ‘¡Mamí, Mami!'”, relata la joven sentada junto a uno de los árboles arrancados por la marea de lodo.
La presencia de los equipos de socorro ha congregado a numerosos familiares de la comunidad cristiana. Martin Kebo aclara que a falta de respuesta oficial él mismo acudió a Jone Oge a rebuscar a mano entre los despojos para ver si podía localizar a su hijo. “No puedo estar enfadado. Es una decisión del Señor. Sólo queremos recuperar los cuerpos. Pero llevamos cinco días y sólo hoy ha llegado la excavadora”, señala.
Las víctimas que siguen desaparecidas en Sigi Biromaru se suman a los muchos centenares de cadáveres que permanecen ocultos por el barro en enclaves como Petobo o Balaroa en Palu. Un portavoz de la organización Aksi Cepat Tanggpa estimó que sólo en este último hay cerca de un millar de cuerpos hundidos en barrizal, según declaró a la agencia Efe, lo que podría disparar el número de víctimas de esta tragedia, que ahora son más de 1.500.
Que tristeza, cuantos jóvenes se perdieron, cuántos realmente amaban tener sus clases de catequesis,y seguir a Jesús, consuelo Dios mío para los familiares. Los gobiernos no están preparados ( o no les preocupa demasiado) ante estas catástrofes.
Jesucristo vuelve! Y muy pronto!
Pienso que si estos jóvenes participaron en esa reunión evangélica, estaban alimentándose de la Palabra de Dios, estaban honrando al Señor, alabándole, glorificándole, estando en comunión con Él, por lo tanto si Dios quiso llevárselos, es para estar con ellos y protegerlos, para que no perdieran lo que estaban recibiendo, es difícil mantener la fe dónde hay tanta idolatría, siento que el Señor Jesucristo los rescató.
Hasta el día 8 de Octubre la cifra de muertos a aumentado considerablemente y sigue en aumento, tremenda tragedia