Nov 10, 2012

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(Cap. 09) ¿Son las misiones una opción?

Si el apóstol Pablo no hubiese llevado el evangelio a Europa, los principios que son fundamentales como la libertad y la dig­nidad humana no serían parte en la heredad estadounidense. Como el Espíritu Santo lo instruyó a dejar Asia para dirigirse al occidente, Estados Unidos fue bendecido con su sistema de leyes y economía -principios que formaron una nación próspera y libre.

 

Además, los Estados Unidos es la única nación en el mundo que fue fundada por creyentes en Cristo quienes hicieron un pacto con Dios, dedicando una nueva nación a Dios.

 

Nacidos en prosperidad, libertad y bendiciones divinas, los estadounidenses deberían ser las personas más agradecidas de la tierra.

 

Pero junto con el privilegio viene la responsabilidad. El cristia­no no solo debe preguntarse por qué, sino también qué debería hacer con estos favores inmerecidos.

A lo largo de la Escritura, vemos solo una respuesta correcta para la abundancia: compartir.

Dios le da a algunos más de lo que necesitan para que puedan ser canales de bendición para otros. Dios desea equidad entre Su pueblo en todo el mundo. Es por eso que en la iglesia primitiva no había pobreza.

 

El apóstol Pablo le escribió a los cristianos ricos de Corinto:

 

“Porque no digo esto para que no haya para otros holgura, y para otros estrechez, sino para que en este tiempo, con igualdad, la abundancia vuestra supla la escasez de ellos, para que tam­bién la abundancia de ellos supla la necesidad vuestra, para que haya igualdad” (2 Corintios 8:13-14).

 

La Biblia recomienda y demanda que demostremos amor por los hermanos necesitados. Ahora mismo, por factores his­tóricos y económicos que nadie puede controlar, los hermanos necesitados están en Asia. Los hermanos adinerados están prin­cipalmente en Norteamérica, Europa, Australia y en Nueva Ze­landa. La conclusión es obvia: Estos creyentes prósperos deben compartir con las iglesias más pobres.

 

“Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos… Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (1 Juan 3:14, 17-18).

 

Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: ‘Id en paz, calentaos y saciaos’, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma” (Santiago 2:14-17).

 

¿Son las misiones una opción, especialmente para los países supe adinerados como los Estados Unidos? La respuesta bíblica es clara. Cada cristiano allí tiene un mínimo de responsabilidad en ayudar al hermano pobre de la Iglesia en otros países.

 

Dios no ha enviado esta superabundancia de bendiciones a los cristianos occidentales para que nos sentemos y disfrutemos los lujos de esta sociedad, o aún en términos espirituales, para que nos llenemos de libros, de enseñanzas en casetes y conferencias sobre una vida más profunda. Nos ha dejado acá en la tierra para ser administradores de las bendiciones espirituales y mate­riales, aprendiendo cómo compartir con nosotros y administrar nuestros bienes para llevar a cabo el propósito de Dios.

 

¿Cuál es el límite? Dios nos está llamando a los cristianos a cambiar nuestros estilos de vida, a dejar las cosas sin importan­cia de nuestra vida para que podamos invertir mejor nuestros bienes en el reino de Dios.

 

Para empezar, desafío a los creyentes a apartar al menos $1 por día para ayudar a sustentar a un misionero nativo en el ter­cer mundo. Esto, por supuesto, debería ir más allá de nuestros compromisos actuales con la iglesia local y otros ministerios. No pido a los cristianos que desvíen sus ofrendas de otros ministe­rios para las misiones nativas, sino que expandan sus ofrendas más allá de los niveles actuales. La mayoría de la gente puede hacer esto.

 

Millones de creyentes norteamericanos y europeos pueden llevar a cabo esto fácilmente dejando las galletas, los pasteles, las golosinas, el café y otras bebidas. De todas formas esta comida chatarra daña nuestro cuerpo, y cualquiera puede ahorrar lo suficiente para patrocinar a uno y hasta dos misioneros al mes. Muchos están yendo más allá de esto y, sin afectar la salud o la felicidad, pueden ayudar a patrocinar a varios misioneros cada mes.

 

Por supuesto que hay otras formas de involucrarse. Algunos no pueden dar más económicamente, pero pueden invertir su tiempo en oración y ayudar a reclutar más patrocinadores. Y al­gunos pocos son llamados a ir más allá de las fronteras para involucrarse más directamente.

 

Pero podría sostener que el estorbo más importante para la evangelización del mundo en este momento es la falta total de participación del cuerpo de Cristo. Estoy convencido de que hay suficientes patrocinadores potenciales para mantener a todos los misioneros nativos que se necesitan para evangelizar al ter­cer mundo.

 

El movimiento misionero nativo es relativamente nuevo, y muchos cristianos todavía no han sido desafiados a participar, pero eso es superficial. La genuina verdad es mucho más básica, y más devastadora. El cuerpo de Cristo fracasa en facilitar la evangelización del mundo debido a tres causas fundamentales: el pecado del orgullo, la incredulidad y la mundanalidad.

 

Pregúntele a un cristiano común y corriente por qué el Señor destruyó a Sodoma, y citará la burda inmoralidad de la ciudad. Sin embargo, Ezequiel, revela la verdadera razón en el capítulo 16, versículo 49 y 50: “He aquí que esta fue la maldad de Sodo­ma tu hermana: soberbia, saciedad de pan, y abundancia de ociosidad tuvieron ella y sus hijas; y no fortaleció la mano del afligido y del menesteroso. Y se llenaron de soberbia, e hicieron abominación delante de mí, y cuando lo vi las quité”.

 

Sodoma, por orgullo, rechazó ayudar al necesitado. Noso­tros estamos atrapados en un orgullo nacional semejante al de Sodoma. Sí, el egoísmo y la perversión llevan al orgullo, pero necesitamos ver que el orgullo es la verdadera raíz. Si lidiamos con esa raíz cortamos con una gran cantidad de pecados antes de que puedan crecer.

 

Una noche mientras predicaba en una conferencia misionera en una iglesia, me pidieron que nos reuniéramos en privado con el consejo de la iglesia para que les diera mi opinión sobre un nuevo programa misionero que estaban considerando. Ya ha­bía predicado y estaba muy cansado. No tenía muchas ganas de sentarme en una reunión de comité. La junta, a la cual asistieron 22 personas, empezó como de costumbre, más bien como una reunión corporativa de IBM o la General Motors que de una iglesia.

 

El presentador hizo una propuesta formal muy impresionan­te. El plan consistía en trasladar a los “ciudadanos de países del tercer mundo” de Asia a un campo misionero en Latinoamérica. Era muy futurista y sonaba como el salto más importante en las misiones, sin embargo luces de alerta y alarmas advertían mi mente. Me sonaba como una práctica misionera colonial del siglo XIX pero con otro disfraz.

 

El Señor me habló claramente: “Hijo, hoy tienes que hablarle a personas que son tan autosuficientes que jamás me han pre­guntado sobre este plan. Piensan que soy incapaz”.

 

Cuando el presidente del consejo de la iglesia finalmente me dio la palabra para que dé mi opinión sobre la propuesta, me paré y leí algunas partes de Mateo 28:18-20: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced dis­cípulos a todas las naciones… enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días.”

Luego cerré mi Biblia e hice una pausa, mirando a cada uno a los ojos.

“Si Él está con ustedes”, dije, “entonces lo representarán, no serán como Él solamente, sino que ejercerán Su autoridad. ¿Dónde está el poder de Dios en este plan?”

No necesité decir mucho. El Espíritu Santo ungió mis pala­bras, y todos parecían entender.

“¿Cuántas veces se han juntado a orar?”, pregunté retórica­mente. “¿Hace cuánto que no se toman un día entero de oración para buscar la voluntad de Dios en su estrategia para esta mi­sión?” Por sus ojos era fácil ver que habían orado poco por todo su presupuesto de la misión, que en ese entonces era de cientos de miles de dólares.

El debate duró solo hasta la 1:30 de la mañana, pero con una nueva sensación de arrepentimiento en el salón.

“Hermano K.P.”, me dijo el líder después, “usted ha destruido todo lo que estuvimos planeando hacer esta noche, pero ahora estamos listos para esperar el plan de Dios”.

Esa clase de humildad hará volver a la iglesia al centro de la voluntad de Dios en su plan global. Las iglesias hoy no están experimentando el poder y la unción de Dios en sus ministerios porque no tienen la humildad de esperar en Él. Por ese pecado, una gran parte del mundo sigue sin alcanzarse.

Hay muy poca obra evangelística cristiana que se hace en to­tal dependencia del Dios viviente. Como nuestros hermanos y hermanas en esa gran iglesia, hemos creado métodos, planes y técnicas para “hacer” la obra de Dios. Aquellos que están in­volucrados no sienten la necesidad de orar o de ser llenos del Espíritu Santo para hacer la obra de Jesús.

¡Cuánto nos hemos desviado de la fe de los apóstoles y de los profetas! Qué tragedia cuando las técnicas del mundo y sus agentes se traen al santuario de Dios. Dios solo puede usarnos cuando somos despojados de nuestra autosuficiencia. Cuando una iglesia o una junta misionera pasa más tiempo en consultas, planificaciones y reuniones de comité que en oración, es una clara indicación de que los miembros han perdido contacto con lo sobrenatural y han terminado, según las palabras de Watch­man Nee: “Sirviendo a la casa de Dios y olvidándose del Señor de la casa”.

Parte del pecado del orgullo es el sutil pero profundo racis­mo. Mientras viajo, con frecuencia escucho preguntas que sue­nan inocentes como: “¿Qué clase de entrenamiento han tenido los misioneros nativos?” o “¿Cómo sabemos que la iglesia nati­va está preparada para manejar los fondos?”

Si bien esas preguntas están basadas en un sincero deseo de una buena administración y son loables, en muchos casos he notado que la intención de esas preguntas no son del todo hon­rosas. Los occidentales no quieren confiar en los asiáticos de la misma forma en que confían en su propia gente. Si no tene­mos problema en que un misionero nativo sea verdaderamente llamado al evangelio, debemos confiar en Dios y darle nuestra administración a ese misionero y a sus ancianos como lo ha­ríamos con cualquier otro hermano de nuestra propia cultura. Querer seguir controlando el uso del dinero y del ministerio más allá de las fronteras desde nuestra junta misionera con base en el exterior es una extensión del colonialismo. Añade un elemento umbilical, que a la larga solo humilla y debilita a los misioneros nativos.

Los cristianos necesitan aprender que no le están dando su dinero a los obreros nativos, sino que el dinero de Dios va a Su obra más allá de las fronteras.

Aquí hay más manifestaciones del orgullo: en vez de exaltar a los luchadores vigorosos de la tradicional leyenda de John Wayne de héroes norteamericanos, a los cristianos les iría bien si se sentaran hasta que el poder de Dios sea manifestado en sus actividades cristianas.

Las iglesias necesitan desarrollar las disciplinas tranquilas que han perdido, prácticas como la contemplación, el ayuno, la es­cuchar, la meditación, la oración, el silencio, la memorización de las Escrituras, la sumisión y la reflexión.

Muchos líderes cristianos se ven atrapados en asuntos secun­darios que le quitan su tiempo y energía. Nunca me voy a olvidar de la predicación en una iglesia donde el pastor transformó la defensa de una traducción bíblica en una cruzada. No solamen­te pasa la mayoría del tiempo en el púlpito sosteniendo esta postura, sino que también miles de dólares van a la impresión de libros, tratados y panfletos recomendando el uso exclusivo de esta sola traducción.

En los años que he trabajado y vivido en los Estados Uni­dos, he observado a los creyentes y las congregaciones enteras atrapados en campañas similares y causas que, aunque no son necesariamente malas en sí mismas, terminan quitando nuestra mirada de la obediencia a Cristo. Y en este sentido, se convirtieron en anticristianas. Los asuntos candentes como la infalibilidad, los dones carismáticos, las últimas revelaciones de maestros iti­nerantes o el humanismo secular, o cualquier asunto nuevo que surja el día de mañana, necesitan mantenerse en su propia pers­pectiva. Siempre habrá nuevos enemigos para derrotar, pero no debemos dejar que estas batallas aisladas nos desvíen de nuestra tarea principal de construir y expandir el reino de Dios.

Cuando voy a Asia, veo a nuestras iglesias y a los teólogos ahí divididos tan fuertemente por diferentes cuestiones, y por esto me he dado cuenta de que muchas veces el enemigo se vale de estas divisiones doctrinales para mantenernos preocupados con otra cosa que no sea el evangelio.

Nos domina nuestro propio ego y el querer tener siempre razón. Frecuentemente somos esclavos de una fuerte tendencia de “hacerlo a nuestra manera”. Todas estas son manifestaciones del orgullo. Lo opuesto es el servicio y el sacrificio humilde que Cristo mandó. Hacer un sacrificio para uno de estos hermanos desconocidos, apoyando sus obras con personas extrañas en lugares insólitos, usando métodos que son un misterio para us­ted, requiere humildad. Pero el apoyar a hermanos nativos debe comenzar con este tipo de compromiso de humildad y conti­nuar en el mismo espíritu. Tristemente, muchas veces nuestro orgullo se interpone en el progreso.

Continúa…

Cap. 10 y 11


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Cap. 08

  1. Y NO NOS PREOCUPEMOS POR Q COMEREMOS O QUE VESTIREMOS PORQ DE ESAS COSAS SE PREOCUPAN LOS INCREDULOS POR LO TANTO Q NO SEA ESA NUESTRA LUCHA ….NUESTRA LUCHA NO ES CONTRA LOS RICOS COMO LOS INCREDULOS VIVEN ENVIDIANDO Y CRITICANDO A LOS RICOS…COMO CRISTIANOS NO DEBEMOS SEGUIR LA CORRIENTE Q SIGUE WL MUNDO NI SUS RENCORES NI PELEAS NUESTRA UNICA PELEA SANTA ES QUE LA GENTALMA QUE CONOZCAN TODO EL EVANGELIO QUE RECONOZCAN TODOS A CRISTO COMO SEÑOR LAS MAS SLMAS Q PODAMOS ALCANZAR…Q CONOZCAN LA BIBLIA Q LA GENTE RECONOZCA Q ES PECADORA Q TIENE CELOS ENVIDIAS RENCORES SUCIEDAD DE CORAZON Q DEBEN LIMPIAR…ESA ES LA VERDADERA JUSTICIA Q TODO…TODO EL EVANGELIO ENTRE AL CORAZON …DE FRUTO DE ARREPENTIMIENTO PARA SALVACION…Y NO PREOCUPARNOS POR LO Q EL MUNDO SE PREOCUPA NI LUCHAR POR LAS COSAS Q EL MUNDO LUCHA!!!! EJEMPLO ES BARRABAS AL MUNDO COMO LIDER REVOLUCIONARIO…MAS NOSOTROS NO SEGUIMOS EL ESPIRITU DE BARRABAS SINO EL ESPIRITU DE CRISTO JESUS NUESTRO SALVADOR!!!

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