Oct 12, 2011

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“PUEDE LIBRARNOS…. ¿Y SI NO?”, DR. JAMES DOBSON, PARTE 5

PUEDE LIBRARNOS…. Y SI NO?


Ahora debemos apresurarnos a hacerle frente a una serie de preguntas, cuya relación con todo lo que hemos considerado hasta este momento es crítica: ¿Qué papel desempeña Dios en las situaciones que confunden y a veces desilusionan a sus seguidores? ¿Dónde estaba él durante los retos con que se enfrentaron el jefe Bob Vernon y su esposa Esther, el doctor Jim Conway y su esposa Sally, Darryl y Clarita Gustafson, el doctor Jerry White y su esposa Mary, los doctores Chuck y Karen Frye, y todos los demás que hemos considerado? Concretamente, ¿Escucha Dios las oraciones de su pueblo, y las contesta?

 

Un porcentaje sorprendentemente grande de norteamericanos cree en la eficacia de la oración. En una historia publicada en la revista Newsweek, de16 de enero de 1992, titulada: “Hablando con Dios”, se informaron los resultados de una Encuesta de Gallup, la cual mostró que setenta y ocho por ciento de los norteamericanos entrevistados habían orado una vez por semana, y cincuenta y siete por ciento lo había hecho, por lo menos, una vez por día. Noventa y uno por ciento de  habían orado en alguna ocasión. Esto incluía noventa y cuatro por ciento de negros, y ochenta y siete por ciento de blancos.

 

Algunas de estas oraciones, comentó Newsweek, “fueron hechas en casos extremos: hay muy pocos ateos en las salas de los hospitales donde se encuentran los enfermos de cáncer, así como en las filas de desempleados. Pero en los Estados Unidos, que según se afirma son desarraigados, materialistas y egoístas, también existe hambre por una experiencia personal con Dios, que la oración busca satisfacer”.

 

Los autores de la historia llegaron a la siguiente conclusión: “Incluso en las universidades, templos de todo lo que el Siglo de las Luces ha infundido, la oración ha encontrado un hogar. ‘Hace veinte años, era muy extraño el encontrar una religión llena de vitalidad en las ciudades universitarias”’, dice David Rosenhan, profesor de derecho y de sicología en la Universidad de Stanford. “Ahora hay reuniones de oración aquí, a las que regularmente asisten de trescientos a quinientos estudiantes”.

 

No soy tan ingenuo como para creer que todos esos norteamericanos estaban buscando tener una relación de verdadera entrega con el Dios viviente. Para algunos, la oración sólo está a dos o tres centímetros de la superstición, tal como la astrología o cualquier otra conjetura al azar. Sin embargo, la receptividad hacia las cosas del Espíritu, es muy alentadora para aquellos de nosotros que hemos anhelado por un avivamiento de fervor religioso en esta nación.

 

Pero, ¿qué es lo que usted cree acerca del significado de la oración? ¿Es cierto que, como dice en Santiago 5:16: “la oración eficaz del justo puede mucho”? ¿Nos estaba hablando Jesús a nosotros cuando dijo: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá” (Mateo 7:7).

 

Diré que, personalmente, yo daría mi vida por la realidad de esas promesas. Fueron inspiradas por Dios, y debidamente escritas en la Biblia.

Nuestro fundamento, como creyentes, está afianzado en las Escrituras, donde el mensaje es evidente. Considere los siguientes versículos:

 

Buscad a Jehová y su poder; buscad su rostro continuamente (1 Crónicas 16:11).

 

El sacrificio de los impíos es abominación a Jehová; mas la oración de los rectos es su gozo (Proverbios 15:8).

 

También les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar (Lucas 18:1).

 

Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles (Romanos 8:26).

 

Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias (Filipenses 4:6).

 

Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias (Colosenses 4:2).

 

Orad sin cesar. Dad gracias por todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús (1 Tesalonicenses 5:17-18).

 

Quiero, pues, que los hombres oren en todo 1ugar, levantando manos santas, sin ira ni contienda (1 Timoteo 2:8).

 

Es obvio que no sólo Dios honra la oración, sino que también se nos ordena que nos comuniquemos de esta manera personal con él. ¡Y qué privilegio tan grande es éste! ¿Ha pensado usted en la naturaleza de este don que nos ha concedido el Todopoderoso? No necesitamos hacer una cita para que él nos preste su atención. No existen ayudantes o secretarias con quienes tenemos que hablar primero. El nunca nos dice que regresemos otro día, cuando su plan de actividades este menos congestionado.

 

En cambio, se nos invita a que con confianza entremos a su presencia en cualquier momento del día o de la noche. El oye hasta el más débil clamor de la persona enferma, de la que se siente sola, o de la que ha sido despreciada por los demás. Dios nos conoce y nos ama a todos nosotros, a pesar de nuestras imperfecciones y fracasos. Realmente, la invitación a orar es una preciosa expresión del amor y de la compasión incomparable de nuestro Creador hacia la humanidad. Este concepto ha sido parte inseparable de mi vida y de mi familia desde los primeros años de mi infancia.

 

Recuerdo algo que ocurrió en 1957, cuando estaba en el último año de la universidad. Una tarde recibí una inquietante llamada telefónica de mis padres, quienes sonaban angustiados y molestos. Rápidamente, Mamá me dijo que a mi papá se le había formado en la mano derecha una llaga que estaba inflamada. La habían observado por algún tiempo, y se habían dado cuenta de que no se sanaba. Finalmente, fueron a ver a un dermatólogo, y acababan de regresar de su consultorio. A mi padre, que tenía cuarenta y seis años de edad, le habían diagnosticado un tipo de cáncer, llamado células escamosas, que es curable al comienzo, pero peligroso si no se trata. El doctor parecía preocupado. Les había dicho que el examen microscópico de los tejidos, había mostrado células “muy maduras”. No podía decir si éstas se habían extendido a otras partes del cuerpo, pero tampoco podía descartar esa posibilidad.

 

El doctor decidió tratar el cáncer con radiación, durante un período de seis semanas. El proceso de curación debería comenzar al final de ese tiempo. Si la lesión podía ser controlada localmente, desaparecería por completo en unas cinco semanas más. Pero si no se curaba, problemas más graves estaban en camino. La horrible posibilidad de que entonces tendrían que amputarle el brazo, fue considerada. Mi padre era un artista, y pensar en que podría perder su brazo derecho, o tal vez la vida, sobresaltó a toda la familia, y todos comenzamos a orar por él.

 

Cuatro semanas después de haber terminado los tratamientos de radiación, aún la llaga seguía casi igual. No se veía ninguna señal de que se estaba curando. La tensión aumentó a medida que continuamos recibiendo informes médicos muy desalentadores. (Estoy seguro de que esa enfermedad sería mucho menos peligrosa hoy en día que durante la década de los cincuenta, pero en ese tiempo ése fue un acontecimiento extremadamente inquietante.) El médico de mi padre comenzó a pensar en el próximo paso.

 

Era el momento de orar más intensamente, así que mi padre fue a ver a los líderes de nuestra denominación y les pidió que lo ungieran con aceite y específicamente le pidieran al Señor que sanara el cáncer. Dos días antes de la quinta semana de tratamientos, que era el momento en que el dermatólogo había indicado que tendría que tomarse una decisión, hicieron un breve servicio con ese propósito. Exactamente dos días después, la llaga se había curado completamente, para jamás regresar.

 

Este es sólo un ejemplo de las dramáticas respuestas a distintas oraciones, que presencié durante mi infancia y mi adolescencia. Los ejemplos de esa época podrían llenar este libro, porque éramos una familia que creía en la oración. Muchas historias vienen a mi mente. Recuerdo una ocasión cuando mi padre tomó todo el cheque de pago del trabajo que había realizado predicando en una iglesia, y se lo entregó al pastor, cuyos hijos necesitaban zapatos y ropa de invierno. Papá tenía un corazón muy sensible hacia las personas con problemas económicos. Inevitablemente, unos pocos días más tarde, se nos acabó el dinero, y tuvimos que ponernos de rodillas. Aún recuerdo a mi padre orando después de haber reunido alrededor de él a su pequeña familia.

 

Dijo: “Ahora Señor, tú dijiste que si nosotros te honramos en nuestros momentos buenos, tú serás fiel con nosotros en nuestros momentos de necesidad. Y como sabes, no nos vendría mal un poco de tu ayuda para poder seguir adelante”.

 

Digo con toda sinceridad que al día siguiente de haber hecho esa oración, llegó en el correo un cheque por 1.200 dólares. Mi fe creció de una manera increíble durante esos años formativos, porque vi cómo Dios respondía a una familia que dependía de él. Eso ocurrió cientos de veces.

Mi esposa Shirley, no creció en un hogar cristiano, y sus experiencias fueron muy diferentes de las mías. Su padre era un alcohólico que abusaba de su familia, y sólo hablaba de Dios cuando maldecía. Aunque la madre de Shirley no era cristiana, era una mujer maravillosa que amaba a sus dos hijos, y se dio cuenta de que necesitaba ayuda para criarlos, y desde que eran muy pequeños, comenzó a enviarles a una iglesia evangélica que estaba cerca de su casa. Allí, Shirley aprendió acerca de Jesús, y de cómo orar.

 

Esa pequeña niña, atrapada en las garras de la pobreza y la angustia causada por alcoholismo de su padre, comenzó a hablar con el Señor acerca de su familia. Especialmente después que sus padres se divorciaron, le pidió a Dios que le concediera dos peticiones. En primer lugar, oró por un padrastro cristiano que les amara y proveyera a las necesidades de ellos. En segundo lugar, Shirley deseaba tener, algún día, un hogar y una familia dedicados a Dios. Ella comenzó a pedirle a Dios que cuando llegara el momento de ella casarse, le diera un esposo cristiano. Se me conmueve el corazón cuando pienso en esa niña, sola, de rodillas en su habitación, hablándole a Dios de su necesidad. Yo me encontraba en algún lugar, sin saber que ella existía, pero el Señor estaba preparándome para lo que ocurriría en el futuro. Cuando llegó el momento en que conocí a esta preciosa joven en la universidad, nadie tuvo que empujarme.

 

Esta historia es un hermoso ejemplo de la eficacia de la oración. El Gran Dios del universo, con toda su majestad y su poder, no estaba demasiado ocupado para oír la vocecita de una niña en necesidad. El no sólo nos juntó, sino que también envió a un buen hombre, que nunca se había casado, para que fuera padrastro de Shirley. Hoy en día, sus padres son cristianos, y están sirviendo al Señor en su comunidad.

 

Por lo tanto, cuando Shirley y yo nos conocimos, y nos enamoramos, trajimos una fe firme a nuestra relación. Desde esos días, decidimos que Jesucristo tendría el lugar principal en nuestras vidas. Recuerdo una ocasión en la que los dos nos encontrábamos sentados en mi viejo auto Mercury, antes de casamos, y estábamos orando, dedicándole a el nuestro futuro hogar. Le pedimos al Señor que nos guiará en nuestro camino, y especialmente, que bendijera a los hijos que él quisiera préstamos. Entonces le prometí a Shirley que pasaría el resto de mi vida tratando de proveerle de la clase de felicidad y seguridad que no había tenido cuando era niña. Esta fue la base sobre la cual edificamos a nuestra pequeña familia.

 

Ahora, después de más de tres décadas que hemos pasado juntos, hemos visto la constante fidelidad de Dios manifestada en su respuesta a nuestras oraciones. No sé dónde estaríamos hoy, sin esta fuente de fortaleza y apoyo. En realidad, la más importante área de desarrollo y madurez en nuestro matrimonio, ha sido la vida de oración de Shirley. Ella se ha convertido en lo que a veces llamamos: una “mujer de oración”, porque se mantiene en constante comunión con el Señor. Es justo, al tener en cuenta su fervor espiritual, que haya sido nombrada directora del Día Nacional de Oración.

 

Ahora, permítame meterme en agua más profunda. Aunque cientos de versículos de la Biblia nos dicen que Dios escucha y contesta las oraciones, es importante que reconozcamos lo que la mayoría de nosotros ya ha observado, que él no hace todas las cosas que le pedimos, como nosotros quisiéramos. Podrían pasar años antes que veamos el cumplimiento de sus propósitos. Hay otras ocasiones en las cuales él nos dice “no”, o “espera”. Y seamos sinceros, hay momentos cuando no nos dice ni una palabra. Como hemos indicado, muchos creyentes se sienten confundidos y heridos, en esos casos, y su fe comienza a tambalearse.

 

Esta desilusión fue el tema de una novela clásica, escrita por Somerset Maugham, titulada: Of Human Bondage. El personaje principal era un joven que tenía un pie deforme, quien había detestado su deformidad desde que era muy pequeño. Cuando descubrió el cristianismo, pensó que había encontrado una manera rápida para librarse de su problema. Comenzó a pedirle a Dios que le sanara su pie y 10 hiciera normal. A medida que comenzó a darse cuenta de que su repetida petición no le sería concedida, pensó que su fe no tenía ningún valor, y perdió interés en Dios. Me pregunto cuántas veces se ha repetido ese triste drama a través de los siglos.

 

Todos los que ya hace bastante tiempo que son cristianos, han tenido la experiencia de orar por algo que Dios parece no concederles. Por ejemplo, regresemos a la historia del cáncer de la piel de mi padre. Aunque fue sanado de su enfermedad, en la actualidad tanto él como mi madre están con el Señor. Nuestras oraciones sobre otras enfermedades que tuvieron después, no impidieron que partieran de este mundo cuando el Señor les llamó a través de la línea divisoria entre la vida y la muerte. Si esto le inquieta a usted, recuerde que Lázaro, a quien Jesús levantó milagrosamente de los muertos, volvió a morir después. Todas las personas, a las que Jesús sanó, finalmente murieron. Se dice que el tiempo cura todas las heridas.

 

¿Parece ser esto una contradicción de la afirmación acerca de la oración, que expresé anteriormente? ¡No debiera parecerlo! Piense por un momento en la clase de mundo que éste sería, si en todos los casos Dios hiciera exactamente lo que le exigiéramos. En primer lugar, los creyentes sobrevivirían por cientos de años a los incrédulos. El resto de los seres humanos se encontrarían atrapados en cuerpos que estarían deteriorándose, pero los cristianos y sus hijos vivirían en un mundo feliz, reservado para ellos. Nunca tendrían dolor de muelas, cálculos renales, o miopía. Tendrían éxito en todos sus negocios, sus hogares serían hermosos, etcétera. Todo el fundamento de la relación entre Dios y el hombre sería destruido poco a poco. Las personas buscarían la amistad con él para obtener los beneficios adicionales, en vez de como resultado de un corazón arrepentido y lleno de amor hacia él. En realidad, la gente más codiciosa de entre nosotros sería la primera en ser atraída a los beneficios de la vida cristiana. Lo más importante de todo es que las evidencias del imponente poder de Dios eliminarían la necesidad de tener fe. Como escribió el apóstol Pablo, en Romanos 8:24: “… pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo?”

 

Por lo tanto, nuestra fe no está afianzada en señales y maravillas, sino en el Dios soberano del universo. El no “actuará” de acuerdo con nuestras instrucciones, con el propósito de impresionamos. Jesús censuró a los que querían que exhibiera sus milagros, con las siguientes palabras: “La generación mala y adúltera demanda señal; pero señal no le será dada…” (Mateo 12:39) El quiere que le aceptemos sin que tengamos ninguna prueba. Jesús le dijo a Tomás: “… bienaventurados los que no vieron, y creyeron” (Juan 20:29). Nosotros servimos a este Señor no porque él hace lo que nosotros queramos, sino porque confiamos en su preeminencia en nuestras vidas. En fin de cuentas, él debe ser, y él será, el que decidirá qué es lo que nos conviene más. Nosotros no podemos ver el futuro. No sabemos cuál es su plan. Sólo percibimos el cuadro pequeño, y ni siquiera lo vemos muy claramente. Teniendo en cuenta esta limitación, parece increíblemente arrogante de nuestra parte que le digamos a Dios lo que él tiene que hacer, en vez de darle a conocer nuestras necesidades, y luego rendirnos a su voluntad.

 

Jesús mismo, nos dio ejemplo de esta actitud de sumisión. En el huerto de Getsemaní, le pidió a su Padre que apartará de él la “copa” de humillación y muerte. El sabía bien lo que significaba la crucifixión. La tensión emocional era tan intensa que grandes gotas de sangre salieron a través de su piel. En términos médicos, ese fenómeno se llama “hematidrosis”, y sólo le ocurre a personas que están experimentando la más grande de las angustias. Sin embargo, incluso en medio de ese agudo dolor, Jesús oró diciendo: “… pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42).

Hay muchos otros ejemplos bíblicos de esta clase de sumisión a la autoridad de Dios. En tres diferentes ocasiones, el apóstol Pablo le pidió al Señor que quitara de él la molestia que él llamó “un aguijón en mi carne”. Tres veces la respuesta fue: “No”. En cambio, el Señor le dijo: “Bastante mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:9).

 

Usted recuerda también la historia de Moisés y su encuentro con la voz de Dios en la zarza ardiente (Éxodo 3 y 4). El Señor le ordenó que se enfrentara con Faraón y le exigiera que dejará libres de la cautividad a los hijos de Israel. Cuando Moisés le preguntó que por qué los hijos de Israel habrían de creer que Dios le había enviado, el Señor le armó de poderes milagrosos. Convirtió su vara en una culebra, y luego la convirtió otra vez en una vara. Después hizo que la mano de Moisés se pusiera leprosa, y luego se la sanó. Finalmente, le dijo que si el pueblo no llegara a creerlo por medio de esas dos señales, tomara de las aguas del río Nilo y las derramara sobre la tierra, y éstas se convertirían en sangre. Estas hazañas asombrosas fueron diseñadas para revelar el poder de Dios y probar la autenticidad de Moisés como su representante.

 

Pero, entonces ocurrió algo muy curioso. Moisés se quejó de que él carecía de elocuencia para realizar esa tarea [“Soy tardo en el habla y torpe de lengua” (Éxodo 4:10»), sin embargo, Dios no le ofreció sanarle de su dolencia. ¿No parece eso algo extraño? Dios acababa de realizar milagros extraordinarios que capacitaron a Moisés para llevar a cabo la misión que él le había encomendado. ¿Porqué no habría de eliminar ese molesto impedimento del habla? Por supuesto, él tenía el poder para hacerlo. ¿No habría sido lógico que el Señor dijera: “Vas a necesitar una voz fuerte para guiar a un millón de personas a través del desierto. De hoy en adelante, hablarás con autoridad”? No, no fue así como respondió Jehová. Primero, se enojó con Moisés por usar esa debilidad como una excusa. Luego, nombró a Aarón, el hermano de Moisés, para que sirviera como su vocero. ¿Por qué Dios no “hizo las cosas bien” y se deshizo del problema? No lo sabemos. Como he dicho anteriormente, hay ocasiones cuando lo que Dios hace no tiene sentido.

 

Podemos suponer que el Señor no sanó a Moisés de su “torpeza de lengua”, porque como Pablo, él estaba aprendiendo que su poder se perfeccionaba en la debilidad. No había sido escogido para ser líder porque era un obrador de milagros, o un superhombre, sino porque el Señor había decidido usar sus insuficiencias y defectos.

 

Gracias a Dios, yo fui aceptado por él de acuerdo con la misma provisión. Cada uno de nosotros está lleno de imperfecciones y defectos, que el Señor podría superar con decir sólo una palabra. En cambio, frecuentemente él nos deja luchar con nuestras debilidades para revelar su poder. Este concepto viene directamente de la Biblia, Pablo escribió: “Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros” (2 Corintios 4:7).

 

Me parece que todos los creyentes tienen, por lo menos, un problema con su “vaso de barro”, que es especialmente agobiante, ya sea una aflicción o enfermedad persistente, que decididamente el Señor se niega a quitarle. Yo les llamo los “si solamente”. Observe a sus amigos cristianos. Converse con ellos acerca de sus circunstancias. La mayoría de ellos admitirán que tienen un “sí solamente” que impide que su vida sea ideal. Si solamente yo no tuviera diabetes, o sordera, o sinusitis (o cualquier combinación de problemas de salud). Si solamente mi esposo y yo pudiéramos tener hijos. Si solamente no me hubiera metido en ese mal negocio, o en ese pleito, o en esa relación matrimonial carente de amor. Si solamente no tuviéramos un hijo enfermo o retardado, o una suegra que me causa problemas. Si solamente no tuviéramos dificultades económicas. Si solamente no hubieran abusado sexualmente de mí, cuando era un niño o niña. Si solamente… si solamente Dios me librara de este problema. Sin embargo, los problemas persisten. En cuanto a esas dificultades, el Señor repite dulcemente lo que le dijo a Pablo, hace casi dos mil años: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:9).

 

Si se me permite parafrasear mi comprensión de este versículo, el Señor nos dice: “A cada uno se le pide que soporte algunas cosas que traerán consigo incomodidad, dolor y tristeza. Todo esto es tuyo. Acéptalo. Llévalo. Te daré la gracia para que puedas soportarlo”. Así que, la vida sigue adelante en un estado de relativa imperfección.

 

Elisabeth Elliot propuso otra explicación de los problemas que tiene la humanidad, en un corto ensayo, titulado: “A pesar de todo, habremos de encallar”. Ella escribió lo siguiente:

 

¿Alguna vez se ha entregado usted de todo corazón a algo, ha orado por ello y trabajado en ello lleno de confianza, porque creía que eso era lo que Dios quería que usted hiciera, y finalmente ver que todo “quedó encallado”?

 

En la historia del viaje de Pablo, como prisionero, a través del Mar Adriático se nos dice cómo un ángel le dijo a Pablo que no tuviera temor (a pesar de los vientos huracanados), porque Dios les libraría de morir a él ya todos los que estaban con él a bordo de la nave. Pablo animó a los guardias y a los demás pasajeros con esas palabras, pero, agregó: “Con todo habremos de encallar en alguna isla” (Hechos 27:26, NVI).

 

Parecería como que el Dios que prometió librarlos de la muerte a todos, podría haber “hecho el trabajo mejor”, salvando también la nave, y librándolos de la vergüenza de tener que llegar a la isla en los restos desechos de la embarcación. La realidad es que no lo hizo así, y tampoco él nos librará siempre de la muerte.

 

El cielo no está aquí, está allá. Si Dios nos diera aquí todo lo que queremos, nuestros corazones se contentarían con las cosas de este mundo, en vez de interesarse en las del venidero. Dios está atrayéndonos constantemente hacía arriba y lejos de este mundo, llamándonos a sí mismo y a su Reino que aún es invisible, donde ciertamente encontraremos lo que anhelamos tan intensamente.

 

“Encallar” no es “el fin del mundo”. Pero nos ayuda a “no metemos en tentación”, la tentación a sentimos satisfechos con las cosas que vernos.’

 

Hay una sabiduría práctica en estas palabras. Todos los creyentes “encallaremos” en algún momento de nuestras vidas, y debemos aprender a no dejamos llevar por el pánico cuando nuestra embarcación choca contra un banco de arena. Podemos aprender a mantener esa calma bajo la presión. En Filipenses 4:11-12, el apóstol Pablo escribió: “He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad”. Esta es una serenidad adquirida.

 

Lamentablemente, hay algunos ministros cristianos, muy conocidos, que confunden a las personas enseñándoles que no es necesario perseverar y tener dominio de sí mismo. ¿Por qué debemos practicar la resistencia cuando la salud y la riqueza están disponibles para cualquiera? Con sólo hacer los ruidos apropiados, podemos hacer uso de su poder, para llevar una vida libre de problemas. Ellos convertirían al Rey del universo en un mago servil, o un recadero con mucho poder, que está inevitablemente obligado a satisfacer los caprichos y deseos de nosotros los simples mortales. Esa es una peligrosa tergiversación de las enseñanzas de la Biblia, que tiene consecuencias de gran alcance para los que carecen de conocimientos.

 

Hace poco escuché a un predicador en la radio, quien dijo: “Si usted tiene una necesidad, será satisfecha en el momento que le pida al Señor que le ayude. En el mismo momento en que comience a orar, ya se ha realizado. Dios resolverá ese problema, ya sea de enfermedad, desempleo, necesidad de dinero; no importa lo que sea. Si usted tiene fe, no hay ninguna duda de que Dios lo resolverá”.

 

Es cierto que a menudo el Señor interviene dramáticamente en las vidas de aquellos que tienen dificultades. La Biblia no podría ser más clara en cuanto a esta verdad. Pero él es el que decide cómo va a responder. ¡Nadie tiene el derecho de tomar esa decisión por él!

 

Después de escuchar a ese ministro en la radio hacer esa declaración generalizada, fui directamente a mi oficina en Enfoque a la Familia para asistir a una reunión devocional de miembros del personal. Allí compartí lo que había escuchado, y uno de mis colegas dijo: “Qué lástima que mi padre no sabe eso”. Su padre, ya anciano, sufrió un debilitante ataque de apoplejía, y ahora tiene que permanecer sentado en una silla de ruedas, parcialmente paralizado. Este buen hombre, quien es un pastor jubilado que entregó su vida al servicio cristiano, está atravesando por momentos muy difíciles. Se pasa la mayor parte del día mirando por una ventana a una cancha de golf, en la cual jamás volverá a caminar. Es injusto el decirle a personas que están sufriendo de una manera como ésa, que se encuentran enfermas porque les falta la fe para estar como nuevas.

 

El verano pasado, cuando visité el Reino Unido, fui testigo de otro ejemplo de esta tergiversación. Había ido allí para escribir los primeros capítulos de este libro, y estaba sumamente enredado en los difíciles asuntos que estamos considerando. Casi en el momento justo, me enteré de que un “sanador por fe”, norteamericano, iba a llevar a cabo una cruzada en Londres, que había sido muy anunciada. Los medios de comunicación hicieron muchos más reportajes acerca de él de los que le habrían hecho en su tierra natal. Le llamaban “uno de los más populares evangelistas televisivos en los Estados Unidos”. (Realmente, no es muy conocido aquí.) Evidentemente, la prensa británica estaba convencida de que era un farsante que venía a estafar a los ingenuos en el nombre del Señor. Eso es, en realidad, lo que parecía.

 

No voy a juzgar los motivos de este evangelista televisivo, porque no lo conozco personalmente. Quizás, él cree que está realizando la obra del Señor. Pero hubo aspectos de su cruzada llevada a cabo en Londres, que eran inquietantes. Su anuncio publicado en los periódicos populares sensacionalistas, mostraba un par de anteojos oscuros, como los que usan los ciegos, que tenían una grieta. También se veía un bastón blanco, roto en la mitad. El encabezamiento decía: “¡Algunos ‘verán’ milagros por primera vez!” ¿Se da cuenta usted de lo que eso quería decir? Estoy seguro de que miles de hombres, mujeres y niños impedidos, que vivían en Londres, comprendieron el mensaje. Daba a entender que el final de sus sufrimientos estaba a la disposición de los que asistieran al “servicio de milagros”.

 

No es que Dios no pueda sanar a los ciegos, o cualquier otra enfermedad o deformidad. El puede, y así lo hace. Pero que yo sepa, nunca realiza esos milagros en masa. Permítame decirlo de esta manera: Nunca he visto que ningún ministro cumpla la promesa de sanar a todos los enfermos que vengan a las reuniones de sanidad. Por seguro, hay algunos que tratarán de hacernos creer que tienen “un toque mágico”. Pero existen razones para el escepticismo. Además, a menudo existe una histeria inquietante, o un ambiente de circo en los servicios de sanidad. Tales milagros producidos en masa, son un insulto a la soberanía de Dios, y convierten la santa adoración a él en una farsa.

 

También estoy convencido de que cada partidario de la salud y la riqueza para todos, tiene un pequeño secreto en lo más profundo de su alma. Ha tenido la experiencia de orar por algún familiar, o amigo íntimo, que estaba gravemente enfermo, y que a pesar de sus oraciones no sobrevivió. Esto le ha ocurrido a cada pastor en todas las denominaciones. Pero rara vez se admite este secreto en medio de la ostentación y el entusiasmo de un “servicio de milagros”. ¿Está usted de acuerdo en que hay algo que no es muy honesto acerca de ocultar esas ocasiones en las que Dios contesta: “¡No es mi voluntad!”?

 

Volviendo al caso del evangelista televisivo que fue a Londres, diré que los medios de comunicación británicos fueron aun más escépticos después que terminó la cruzada. Contrataron médicos para que entrevistaran y examinaran a las personas ciegas y enfermas, cuando salían de los “servicios de milagros”. Los resultados fueron muy vergonzosos para los cristianos fieles, en esa gran ciudad, y realmente alejaron a algunos de los que no eran cristianos, y que de no haber sido así, habrían estado dispuestos a escuchar el mensaje del Evangelio.

 

Hay otra razón por la que estoy muy preocupado acerca de la enseñanza sobre la salud y la prosperidad para todos. La misma establece un nivel de expectativas que finalmente herirá y debilitará a los cristianos inestables. Alguien dijo: “La persona que no espera nada, nunca se sentirá decepcionada”. En contraste, la persona que realmente cree que todos los problemas serán quitados del camino de los seguidores de Cristo, se queda sin ninguna explicación lógica cuando Dios no hace lo que ella esperaba. Tarde o temprano, una enfermedad, una crisis económica, un accidente, o alguna otra desgracia la dejará confundida.

 

¿Qué debe creer cuando descubre que la “vida tal como es”, resulta ser muy diferente de la “vida como se supone que debería ser”? Tropieza, inclinándose a aceptar una de varias conclusiones: (1) Dios está muerto, aburrido, o desinteresado en lo que concierne a los seres humanos, o él no tiene ninguna importancia para nosotros; (2) Dios está enojado conmigo por algún pecado que he cometido; (3) Dios es caprichoso, indigno de confianza, injusto o siniestro; y (4) Dios me ha pasado por alto porque no oré lo suficiente o no mostré bastante fe.

 

Todas estas cuatro alternativas sirven para apartar a la persona de Dios, precisamente en el momento que su necesidad espiritual es mayor. Creo que esto es un truco de Satanás para debilitar la fe de los inseguros. Y todo comienza con una tergiversación teológica que promete una vida libre de tensiones y un Dios que siempre hace lo que se le dice. (Nota: algunas experiencias desagradables que tenemos en la vida, sí son resultado de un comportamiento pecaminoso. Hablaremos de estas circunstancias en el capítulo 9).

 

Las personas que dan respuestas fáciles a la temible pregunta acerca del sufrimiento humano, probablemente nunca han pasado mucho tiempo pensando en ello. Estoy seguro de que no han trabajado, como lo hice yo, en un importante centro médico infantil. En un lugar como ése, todos los días hay niños pequeños que tienen experiencias terribles. Algunos nacen sintiendo terribles dolores, y eso es lo único que conocen. Otros tienen madres que son adictas a la cocaína o a la heroína, y vienen a este mundo con una terrible necesidad de recibir una dosis de drogas. Por días, su lastimoso llanto resuena en toda la sala perinatal. Traen niños ya mayores, que han sido humillados, golpeados y quemados por sus abusivos padres.

Otros son como la pequeña niña de ojos pardos, que estaba en el departamento de oncología del Hospital Infantil de Los Ángeles, y que recuerdo tan vívidamente. Era una preciosa niña de cuatro años de edad, cuyos padres creían que era normal y saludable. Pero el día antes que la llevaran al hospital, cuando la estaba bañando, la madre notó una protuberancia en su costado. Resultó ser un tumor maligno bastante grande. Sólo le quedaban unos pocos meses de vida. Salí de la habitación, sintiendo un nudo en mi garganta, y deseando llegar a casa para abrazar a mis saludables hijos.

 

Quizá, usted se ha dado cuenta de que la vida parece ser evidentemente injusta. A algunos de nosotros nos mima y a otros los destroza. Tal vez ésta es la pregunta más inquietante de todas las que se le podrían hacer al cristiano pensativo. ¿Cómo podemos explicar una injusticia tan aparente? ¿Cómo puede ser que un Dios infinitamente justo y amoroso, permita que algunas personas experimenten toda una vida de tragedias, mientras que otras parecen disfrutar de “toda buena dádiva y todo don perfecto” (Santiago 1:17)? ¿Ya qué conclusión podemos llegar cuando la desdichada persona es un niño? Bueno, conozco la respuesta que dan los teólogos: que la enfermedad y la muerte entraron al mundo como resultado del pecado, y que todos estamos bajo sentencia de muerte. Esta llega más temprano para unas personas que para otras. Comprendo y acepto esta explicación, aunque nos deja con un espíritu afligido.

 

Es verdad que esta explicación del sufrimiento no es muy satisfactoria cuando miramos el rostro de un niño que está sintiendo algún dolor. Sin embargo, no tenemos otra mejor. Como he dicho anteriormente, sólo podemos escudriñar la mente de Dios Creador hasta cierto punto, y entonces, inevitablemente se nos acabará nuestra capacidad intelectual. Sus pensamientos no sólo son desconocidos para nosotros, sino que en su mayor parte son impenetrables. El nunca ha dado cuenta de sus acciones a los seres humanos, y jamás lo hará. Nadie lo examinará ni lo interrogará. En ninguna parte de la Biblia vemos a Dios hablando para defenderse, o tratando de conseguir nuestra aprobación para lo que él ha hecho. Simplemente dice: “Confía en mí”. En su larga conversación con Job, Jehová no se disculpó ni siquiera una vez, o trató de explicar las causas de las pruebas experimentadas por su siervo. Sin embargo, se nos dice específicamente que Dios es amoroso, bondadoso, misericordioso, paciente, paternal, etcétera. ¿Qué vamos a hacer, pues, con la inquietud que sentimos por causa de las preguntas sin contestar? Todo queda reducido a las opciones planteadas por el doctor Jim Conway. Continuar creyendo en la bondad de Dios, y esperar hasta que veamos cara a cara al Señor, para hacerle nuestras preguntas, o llenarnos de amargura y de enojo por el sufrimiento que nos rodea. No hay otras alternativas. Inevitablemente, como usted puede ver, regresamos a la necesidad de la fe.

 

Bueno, permítame concluir con lo siguiente: Usted recordará la historia de Sadrac, Mesac y Abed-nego, relatada en el tercer capítulo de Daniel. Ellos quedaron expuestos a la ira del rey Nabucodonosor, al rehusar postrarse y adorar al ídolo que él había hecho. Nabucodonosor había dicho muy claramente que si otra vez se negaban a obedecer su orden, serían echados dentro “de un horno de fuego ardiendo”. La respuesta de ellos a esa amenaza de muerte es uno de los pasajes más inspiradores de la Biblia:

 

He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado. (DaiüeI3:17-;}8) ¡Qué valor mostraron estos hombres al enfrentarse con una muerte segura! ¡Qué convicción! ¡Qué fe! “Dios puede salvarnos”, dijeron ellos, “y si no, le serviremos a pesar de todo”. Eso es lo que Job quiso decir cuando dijo: “Aunque él me matare, en él esperaré” (Job 13:15). Es lo mismo que Pablo quiso decir cuando dijo: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Filipenses 2:5). En el versículo ocho Pablo describe cuál es ese sentir: “Se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. Esa entrega total a la voluntad del Señor es lo que él quiere de su pueblo, incluso cuando las circunstancias parecen arremolinarse fuera de control. ¡Él puede rescatarnos, pero si no …!

 

Para el lector a quien le han diagnosticado una enfermedad mortal, o el padre o la madre cuyo hijo está en peligro, o la viuda que se encara con la vida sola, quiero decir unas últimas palabras de estímulo. ¿Recuerda usted que cuando Nabucodonosor miró dentro del horno de· fuego ardiendo, vio cuatro hombres en vez de tres, y el cuarto tenía el aspecto del “Hijo de Dios”? Es reconfortante observar que solamente Sadrac, Mesac y Abed-nego salieron del fuego, y que el otro Hombre, quien creemos que era el Cristo, permaneció allí para protegernos a usted y a mí cuando experimentamos nuestras ardientes pruebas.

 

El jamás le defraudará, pero tampoco usted podrá evitar las pruebas.

 

Dr. James Dobson.

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