Nov 29, 2012

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(Cap. 16) Los enemigos de la cruz.

El movimiento misionero nativo, la única esperanza para las naciones no alcanzadas, se enfrenta al desafío de sus rivales: Satanás y el mundo. Los avivamientos de las religiones tradicionales, el crecimiento del materialismo secular incluyen­do el comunismo, y el crecimiento de las barreras culturales y nacionalistas están todos unidos en contra de la actividad misionera cristiana.

Sin embargo, el amor de Dios puede penetrar esta gran canti­dad de barreras.

“Crecí en un hogar donde se adoraba a muchos dioses”, dice Masih, quien por años buscó paz espiritual a través de la auto­disciplina, el yoga y la meditación como lo requería su casta. “Hasta me convertí en el sacerdote de nuestra aldea, pero no podía encontrar la paz y el gozo que quería”.

“Un día recibí un tratado del evangelio y leí sobre el amor de Je­sucristo. Respondí a lo que ofrecían en el panfleto y me inscribí en un curso por correo para aprender más sobre Jesús. El 1 de enero de 1978 le di mi vida a Jesucristo. Me bauticé tres meses después y me puse el nombre cristiano ‘Masih’, que significa ‘Cristo'”.

En Asia, el bautismo y ponerse un nombre cristiano simbo­lizan una ruptura total con el pasado. Para evitar la censura, que frecuentemente viene con el bautismo, algunos nuevos creyentes esperan años antes de ser bautizados. Pero Masih no esperó. La reacción fue rápida.

Cuando sus padres se dieron cuenta de que su hijo había rechazado a sus dioses, empezaron una campaña de persecu­ción. Para escapar, Masih fue a Kota en Rajastán para buscar un empleo. Trabajó seis meses en una fábrica y mientras tanto se unió a un grupo de creyentes de la zona. Gracias al ánimo que le dieron, se inscribió en un instituto bíblico y empezó conocer a fondo las Escrituras.

Durante sus tres años de estudio, hizo su primer viaje a su hogar. “Mi padre me mandó un telegrama pidiéndome que vuelva al hogar”, recuerda Masih. “Dijo que estaba ‘muy enfer­mo’. Cuando llegué, mi familia y mis amigos me pidieron que renuncie a Cristo. Al ver que no lo hice, me persiguieron, y mi vida corría peligro. Tuve que huir”.

Al volver al instituto, Masih pensó que Dios lo llevaría a minis­trar a alguna otra parte de la India. La respuesta a sus oraciones lo impactó.

“Mientras esperaba en el Señor, me guió a regresar y traba­jar entre mi propia gente”, cuenta. “Quería que compartiera el amor de Dios a través de Cristo con ellos, como el endemoniado de Gadara a quien Jesús envió de regreso a su propia aldea des­pués de haberlo sanado”.

Hoy, Ramkumar Masih participa en la plantación de iglesias en su ciudad natal y las aldeas de alrededor, trabajando entre hindúes y musulmanes en un clima básicamente hostil.

A pesar de que Masih no ha tenido que pagar el precio final por ganar a su gente para Cristo, cada año en toda Asia matan por su fe a un número de misioneros cristianos y creyentes co­munes y corrientes. El total en el siglo pasado se estima en 45 millones, sin duda más que el total de muertes antes del siglo XIX en la historia de la iglesia.

¿Quiénes son estos enemigos de la cruz que buscan oponerse al avance del evangelio en naciones que tanto necesitan escuchar de la esperanza y la salvación? No son nada nuevos, simplemen­te viejos recursos del enemigo, algunas de sus tácticas finales para mantener a estas naciones atadas.

Religiones tradicionales

Hay avivamientos de religiones tradicionales por toda Asia. A pesar de que algunos países han ido por el camino del Irán, en donde un avivamiento religioso del Islam derribó al estado; el sectarismo religioso es el problema principal en muchos países.

Cuando los materialistas ateos toman el gobierno, los medios de comunicación y las instituciones educativas la mayoría de las naciones experimenta un gran retroceso. A medida que los líde­res religiosos tradicionales se percatan, no es suficiente forzar a las naciones occidentales para que se vayan. Los humanistas se­culares controlan con firmeza la mayoría de los gobiernos asiá­ticos, y muchos líderes religiosos tradicionales extrañan el poder que alguna vez ejercieron.

A nivel local, los líderes políticos frecuentemente se aprove­chan y confunden adrede la religión tradicional y el nacionalis­mo para beneficiarse a corto plazo. En las aldeas, las religiones tradicionales aún tienen un poderoso control mental sobre la mayoría de la gente. Casi todas las aldeas y comunidades tienen su ídolo o deidad favorita, solamente en el templo hindú hay 330 millones de dioses. Además, varios cultos animistas, que incluyen la adoración de espíritus poderosos, se practica abierta­mente junto con el Islam, el hinduismo y el budismo.

En muchas áreas, el templo de la aldea todavía es el centro de la educación informal, el turismo y el orgullo cívico. La religión es un gran negocio, y se invierte en los templos una gran suma de dinero anualmente. Millones de sacerdotes y profesionales aficionados a las artes ocultas también están aprovechándose con la continuación y expansión de las religiones tradiciona­les. Como los plateros en Éfeso, no se toman la expansión del cristianismo a la ligera. La religión, el nacionalismo y la ganan­cia económica se combinan como un explosivo volátil que el enemigo usa para cegar los ojos de millones.

Pero Dios está llamando a los misioneros nativos a predicar el evangelio de todos modos, y muchos aceptan las Buenas Nuevas en áreas firmemente controladas por las religiones tradicionales.

El espíritu del Anticristo

Pero los enemigos de la cruz incluyen más que las religiones tradicionales. Una nueva fuerza, aún más poderosa, está azo­tando Asia. Es lo que la Biblia llama el espíritu del anticristo, la nueva religión del materialismo secular. Frecuentemente se manifiesta como una forma del comunismo, y ha tomado el control de los gobiernos de muchos países, incluyendo Myanmar (Burma), Camboya, China, Laos, Corea del Norte y Vietnam. Pero hasta en esas naciones asiáticas con democracias como la India y Japón, ha ganado una influencia política tremenda en muchas formas no comunistas.

Los templos de esta nueva religión son los reactores atómicos, las refinerías, los hospitales y los centros comerciales. Los sacer­dotes son los técnicos, científicos y generales militares que se esfuerzan con impaciencia por reconstruir las naciones de Asia a la imagen del occidente industrial. El cambio de poder político en gran parte de Asia ha ido tras estos hombres y mujeres que prometen salud, paz y prosperidad sin un dios sobrenatural, ya que el hombre mismo es su dios.

En un sentido, el humanismo y el materialismo secular diag­nostican correctamente la religión tradicional como la principal fuente de opresión y pobreza en toda Asia. El humanismo es el enemigo natural de la religión teísta porque ofrece un método mundano y científico para resolver los problemas de la huma­nidad sin Dios. Como resultado de este materialismo científico creciente, existen movimientos seculares fuertes en cada nación asiática. Se unen y buscan eliminar la influencia de toda religión en la sociedad, incluyendo el cristianismo. Asia moderna, en las grandes ciudades y capitales en donde el humanismo supremo reina, está controlada por muchos de los mismos empujes y deseos que han dominado el occidente los últimos 100 años.

La presión anticristiana del mundo: la cultura

Si las religiones tradicionales asiáticas representan un ataque espiritual en el cristianismo, el humanismo secular es un ataque a la carne. Eso deja solo un enemigo en discusión: la presión anticristiana del mundo. La cultura misma es la barrera final de Cristo, y probablemente todavía la más fuerte de todas.

Cuando Mahatma Gandhi regresó a la India después de vi­vir años en Inglaterra y en Sudáfrica, en seguida se dio cuenta de que el movimiento “Abandonen la India” estaba fracasando porque su liderazgo nacional no quería dejar las costumbres eu­ropeas. Así que, a pesar de que él era indio, tuvo que renunciar a su vestimenta y a sus costumbres occidentales, de lo contrario no habría podido liberar a su pueblo del yugo británico. Pasó el resto de su vida reaprendiendo cómo ser un indio de nuevo: en la vestimenta, la alimentación, la cultura y el estilo de vida. Con el tiempo ganó la aceptación de la gente común y corriente de la India. El resto es historia. Se convirtió en el padre de mi nación, el George Washington de la India moderna.

Los mismos principios son válidos para los esfuerzos evan- gelísticos y la plantación de iglesias en toda Asia. Debemos aprender a adaptarnos a la cultura. Es por esto que el evangelis­mo nativo, el que viene de tierra nativa, es tan efectivo. Cuando los adoradores Krishna con togas amarillas, sus cabezas afeitadas y rosarios de oración se acercan a los estadounidenses aquí en los Estados Unidos, estos inmediatamente rechazan al hinduis- mo. De la misma forma, los hindúes rechazan al cristianismo cuando viene con costumbres occidentales.

¿Los asiáticos han rechazado a Cristo? En realidad no. En la mayoría de los casos han rechazado solo los engaños de la cultu­ra occidental que los han atado al evangelismo. A esto se refería el apóstol Pablo cuando dijo que quería convertirse “a todos me he hecho todo para poder ganar a algunos”.

Cuando los asiáticos comparten a Cristo con otros asiáticos en una forma cultural aceptable, los resultados son asombrosos. Ja­ger, un misionario nativo que apoyamos en el noroeste de la India, ha alcanzado 60 aldeas con las Buenas Nuevas y ha establecido iglesias en un área difícil de Punjab. Ha guiado a cientos a encontrar el gozo de conocer a Cristo. En un viaje a la India, me desvié de mi camino para visitar a Jager y a su esposa. Tenía que ver con mis ojos qué clase de programa estaba usando.

Imagínense mi sorpresa cuando vi que Jager no estaba usan­do para nada ninguna tecnología especial, a menos que quieran llamar “tecnología” a una moto y tratados que le habíamos faci­litado. Él estaba viviendo como la demás gente. Tenía solamente una casa con una habitación hecha de estiércol y barro. La cocina estaba afuera, también hecha de barro, del mismo material con que se construye todo en esa región. Para cocinar los alimentos, su esposa se arrodillaba en frente de una fogata al aire libre igual que sus vecinas. Lo sorprendente de este hermano era que todo lo relacionado a él y a su esposa era verdaderamente indio. No había nada extranjero.

Le pregunté a Jager qué lo mantenía andando en medio de un desafío tan increíble y de tanto sufrimiento. Dijo: “Esperar en el Señor, hermano mío”. Descubrí que pasaba de dos a tres horas diarias en oración, leyendo y meditando en la Biblia. Esto es lo que lleva a ganar a Asia para Cristo. Esta es la clase de misión por la cual nuestras naciones claman.

Jager fue guiado a Cristo por otro evangelista misionero, quien le explicó sobre el Dios viviente. Le habló de un Dios que odia el pecado y se hizo hombre para morir por los pecadores y liberarlos. Esta era la primera vez que se predicaba el evangelio en su aldea, y Jager siguió al hombre por varios días.

Finalmente, recibió a Jesús como su Señor y su familia lo re­pudió. Gozoso y sorprendido por su vida recién descubierta, sa­lió a distribuir tratados de aldea en aldea, hablando de Jesús. Al final, vendió sus dos negocios. Con el dinero que ganó, condujo reuniones evangelísticas en aldeas de la zona.

Este es un hombre de la cultura, trayendo a Cristo a su propia gente de manera culturalmente aceptable. El apoyo que los asiá­ticos necesitan del occidente, si queremos completar la obra que Cristo nos ha dejado, es reclutar, equipar y enviar evangelistas misioneros nativos.

Los evangelistas nativos están preparados para enfrentarse a tres grandes desafíos que estamos viendo en el oriente.

1: Habitualmente entienden la cultura, las costumbres y el estilo de vida así como también el idioma. No tienen que perder tiempo valioso en largas preparaciones.

2: La comunicación más efectiva se da entre colegas. A pesar de que aún pueden haber barreras sociales que vencer, son menores y más fáciles de identificar.

3: Es una inversión sabia para nuestros recursos porque el misio­nero nativo necesita menos dinero para desarrollar su trabajo que los extranjeros.

Una de las leyes más básicas de la creación es que toda cosa viviente se reproduce en su misma especie. Este principio se aplica en evangelismo y discipulado, así como en otras áreas. Si queremos ver un movimiento masivo de gente que se acerque a Cristo, será hecho solo a través de muchos miles más de misio­neros nativos.

¿Cuántos se necesitan? Solamente en la India todavía tenemos que alcanzar 500.000 aldeas. Al observar otras naciones, nos da­mos cuenta de que miles más quedan sin un testigo. Si queremos alcanzar todas las demás aldeas que nos reciben ahora mismo, EPA necesitará decenas de miles evangelistas misioneros nativos adicionales. El costo para apoyar a estos obreros será de millones por año. Pero esto es solo una fracción de los $94.000 millones que las iglesias de Norteamérica malgastaron en otras necesida­des y deseos en el 2000.2 Y el resultado será una revolución de amor que traerá a millones de asiáticos a Cristo.

Entonces, ¿los misioneros nativos están preparados para lle­var adelante el evangelismo transcultural? La respuesta es sí. ¡Y con gran eficacia! La mayoría de los misioneros nativos a los que apoyamos, de hecho, de alguna manera están involucrados en el evangelismo transcultural. Frecuentemente, los evangelistas de EPA se dan cuenta de que tienen que aprender un nuevo idio­ma, además de adoptar una vestimenta diferente y costumbres alimenticias. Sin embargo, como las culturas son con frecuencia vecinas o comparten una heredad similar, la transición es más fácil de lo que sería para alguien que viene del occidente.

A pesar de que mi tierra natal tiene 18 idiomas principales y 1.650 dialectos, cada uno representando a una cultura diferente, todavía es relativamente fácil para un indio hacer una transición de una cultura a otra. De hecho, casi todos en Pakistán, la India, Bangladesh, Myanmar, Nepal, Bután, Tailandia y Sri Lanka pue­den relativamente rápido ministrar en una cultura vecina.

Los obreros nativos que buscan aprender nuevos idiomas y plantar iglesias en otras culturas enfrentan desafíos especiales. En este particular esfuerzo, EPA busca trabajar con agencias que tengan la misma idea y ayudar a los obreros nativos a vencer estos desafíos.

El desafío de Asia clama por nosotros. Los enemigos de la cruz abundan, pero ninguno de ellos puede resistirse al poder del amor de Jesús. Los problemas que enfrentamos son verda­deramente grandes, pero se pueden vencer a través del devoto ministerio de los evangelistas misioneros nativos.

Continúa…

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