Dec 4, 2012

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(Cap. 17) El agua de la vida en un copa extranjera.

Cuando pensamos sobre el maravilloso desafío de Asia, una nueva camada de misioneros para alcanzar estas misiones para Cristo, no es mucho pedir. Ahora mismo el Señor está levan­tando a decenas de miles de misioneros nativos en todas estas naciones del tercer mundo. Son misioneros asiáticos, muchos de los cuales ya viven en la nación que deben alcanzar o en culturas cercanas, a pocos kilómetros de las aldeas no evangelizadas a las que el Señor los enviará.

La situación en el mundo de las misiones es deprimente solo cuando lo pensamos en términos del colonialismo occidental del siglo XIX. Si la verdadera tarea de la evangelización del mun­do depende de “mandar misioneros blancos”, para cumplir con la gran comisión, esta se vuelve realmente más imposible cada día. Sin embargo, gracias a Dios, el movimiento misionero nati­vo está creciendo, y hoy está listo para completar la tarea.

El mensaje principal que tengo para cada creyente, pastor y líder misionero es que estamos presenciando un nuevo día en las misiones. Hace pocos años, nadie pensó que la iglesia asiá­tica estaría lista para llevar la delantera. Sin embargo los consa­grados evangelistas nativos están saliendo y alcanzando a sus propios pueblos.

Y más emocionante todavía: Dios nos está llamando a todos a ser parte de lo que Él está haciendo.

Podemos ayudar a que millones de pies amarillos y pardos puedan moverse con el evangelio liberador de Jesús. Con la ora­ción y el apoyo de los creyentes en todo el mundo, ellos pueden predicar la Palabra a las multitudes que se pierden. Se necesita a toda la familia de Dios. Entonces miles de misioneros cristia­nos alcanzarán a los perdidos si los cristianos en el occidente ayudan.

Para eso Dios me llamó al occidente. La única razón por la que me quedo aquí es para ayudar a nuestros hermanos asiáti­cos trayendo sus necesidades ante el pueblo de Dios. Toda una generación entera de cristianos necesita saber que hay un cam­bio profundo en la tarea misionera. Los creyentes occidentales tienen que saber que se les necesita como “personas que envían” para orar y ayudar a hermanos nativos.

Se han enturbiado las aguas de las misiones.

Hoy muchos cristianos no pueden pensar con claridad sobre los asuntos verdaderos porque Satanás ha enviado un espíritu de engaño para cegar sus ojos. No estoy hablando a la ligera. Satanás sabe que para detener la evangelización mundial debe confundir la mente de los cristianos occidentales, y lo ha hecho con eficacia. Los hechos hablan por sí solos.

Un cristiano estadounidense promedio da solo 50 centavos de dólar por semana a las misiones mundiales. Imagínese lo que eso significa. Las misiones constituyen la tarea principal de la iglesia, el mandamiento supremo que nos dio nuestro Señor antes de ascender. Jesús murió en la cruz para empezar un mo­vimiento misionero. Vino a mostrar el amor de Dios, y nosotros nos quedamos aquí para continuar con esa misión. Sin embar­go, la tarea más importante de la iglesia recibe menos del uno por ciento de todas nuestras finanzas.

Recuerde que muchos de los misioneros occidentales que son enviados más allá de las fronteras pueden no estar involucrados en las tareas principales de predicar el evangelio y plantar iglesias.

Aproximadamente el 85 por ciento de todos los recursos fi­nancieros, se están usando por los misioneros occidentales en iglesias ya establecidas en el campo, y no en el evangelismo pio­nero para alcanzar los perdidos.

En consecuencia, gran parte de esos 50 centavos de dólar por semana que un cristiano estadounidense da a las misiones, en realidad se usa para proyectos y programas más que para procla­mar el evangelio de Cristo.

Pero hubo un cambio en las seis décadas pasadas. Al final de la Segunda Guerra Mundial, unos cuantos extranjeros blancos llevaban a cabo casi toda la obra de la gran comisión. Para estos líderes cristianos misioneros, era imposible imaginarse alcan­zar todos los miles de grupos culturales distintos en las colonias. Así que concentraron su atención en los grupos culturales más importantes en centros de comercio y gobiernos fáciles de alcanzar.

En la mayoría de las naciones asiáticas se logró aproximada­mente 200 años de obra misionera bajo la cuidadosa mirada de los gobernadores coloniales cuando la era finalmente terminó en 1945. Durante ese período, los misioneros occidentales pa­recían ser una parte vital de la estructura del gobierno colonial occidental. Hasta algunas iglesias que se establecieron entre los grupos culturales dominantes parecían débiles. Los extranjeros directamente controlaban el gobierno, la economía local y las iglesias. Unos pocos misioneros occidentales eran indígenas o independientes. No era insólito que las multitudes rechazaran estos raros centros de religión extraña, así como hoy la mayoría de los estadounidenses evitan a los “misioneros krishnas” o los “islámicos” en el occidente.

En este ambiente, naturalmente se postergó la idea de ir más allá de los grupos culturales más importantes, completando la tarea sin terminar. Aquellas multitudes de personas en áreas rura­les, subculturas étnicas, grupos tribales y minorías tendrían que esperar. Enseñarles aún estaba demasiado lejos, a menos claro, que se pudiera incorporar a más misioneros extranjeros blancos.

Pero esto no sucedió. Cuando los misioneros de la era colonial regresaron para tomar el control de “sus” iglesias, hospitales y escuelas, vieron que el clima político había cambiado radical­mente. Se encontraron con una nueva hostilidad de los gobier­nos asiáticos. Algo radical había sucedido durante la Segunda Guerra Mundial. Los nacionalistas habían organizado todo y estaban en la marcha.

En poco tiempo la revolución política azotó al tercer mundo. Con la independencia de una nación tras otra, los misioneros perdieron sus posiciones de poder y privilegio. Durante los 25 años, después de la Segunda Guerra Mundial, 71 naciones se li­beraron del dominio occidental. Y con su nueva libertad, la ma­yoría decidió que los misioneros occidentales estarían entre los primeros “símbolos” del occidente en desaparecer. Ahora 86 na­ciones, con más de la mitad de la población del mundo, prohíbe y restringe seriamente el ingreso de misioneros extranjeros.

Pero la historia tiene su lado bueno. El efecto de todo esto en las iglesias emergentes de Asia ha sido escalofriante. Lejos de atrasar el esparcimiento del evangelio, la retirada de los misioneros extranjeros ha liberado al evangelio de tradiciones occidentales que los mismos misioneros extranjeros habían añadido sin darse cuenta.

Sadhu Sundar Singh, un pionero evangelista misionero nativo, solía contar una historia que ilustra la importancia de presentar el evangelio en términos culturalmente aceptables.

Cuenta que un hindú de casta alta se mareó en un día caluro­so de verano, mientras estaba sentado en un tren de la estación de ferrocarril. Un empleado corrió hacia un grifo, llenó una taza con agua y la trajo para reanimar a este hombre. Sin embargo a pesar de su condición el hindú lo rechazó. Prefería morir antes que aceptar agua de una taza de alguien de otra casta.

Luego alguien se dio cuenta de que este pasajero de casta alta había dejado su taza en el asiento de al lado. Así que la tomó, la llenó con agua y regresó para ofrecérsela a la víctima acalorada sin aliento, que inmediatamente aceptó el agua agradecido.

Luego Sundar Singh dijo a sus oyentes: “Esto es lo que he tratado de decirle a los misioneros extranjeros. Ustedes han ofre­cido el agua de vida a la gente de la India en una taza extranjera, y nosotros hemos tardado en recibirla. Si la ofrecen en nuestra propia taza, como lo haríamos nosotros los nativos, es más pro­bable que la aceptemos”.

En el presente, toda una nueva generación de líderes jóvenes nativos liderados por el Espíritu está planeando estrategias para completar la evangelización de nuestras tierras natales asiáticas. En casi todos los países de Asia, conozco personalmente a los misioneros locales que ganan con eficacia a su gente para Cristo usando métodos y estilos culturalmente aceptables.

A pesar de que la persecución de una manera u otra todavía existe en la mayoría de las naciones asiáticas, los gobiernos na­cionales postcoloniales han garantizado libertad casi ilimitada a los misioneros nativos. La expansión de la iglesia no tiene que cesar solo porque no se permiten los occidentales.

Por alguna razón diabólica, la mayoría de los creyentes en nuestras iglesias no escucharon las noticias de este cambio asom­broso. Mientras Dios por su Espíritu Santo ha estado levantando una gran cantidad de misioneros para llevar a cabo la obra de la gran comisión, la mayoría de los creyentes estadounidenses se han quedado sentados. He descubierto que esto no es porque los cristianos aquí no sean generosos. Cuando se les contó la ne­cesidad respondieron con rapidez. No están involucrados solo porque no saben la verdadera realidad de lo que está sucediendo en Asia el día de hoy.

Creo que estamos siendo llamados a involucrarnos com­partiendo la oración y los recursos financieros en la gran tarea que nos queda por delante. Al hacer esto, quizás vere­mos juntos el cumplimiento de esa esplendorosa profecía en Apocalipsis 7:9-10.

Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cor­dero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos; y clamaban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero.

Esta profecía está a punto de ser realidad. Ahora, por primera vez en la historia, podemos ver el empuje final llevándose a cabo mientras el pueblo de Dios en todas partes se une para hacerlo posible.

Lo que debería intrigarnos, especialmente aquí en el occiden­te, es la manera en que el movimiento misionero nativo está prosperando sin la ayuda ni el ingenio de nuestra planificación occidental. Cuando le damos libertad al Espíritu Santo para obrar, este impulsa el crecimiento y la expansión espontánea. Hasta que no reconozcamos al movimiento misionero nativo como el plan de Dios para este tiempo en la historia, y hasta que no estemos dispuestos a servirle en lo que Él está haciendo, corremos el peligro de frustrar la voluntad de Dios.

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