Nov 26, 2012

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(Cap. 14) La necesidad de una revolución.

 

Si pudiéramos pasar un minuto en las llamas y el tormento del infierno, veríamos cómo el así llamado “evangelio frío” es el que prevalece en muchas de las misiones hoy.

Una palabra extravagante para designar lo que creemos es teología, y esta influye de manera concluyente en el campo misionero. Cuando vamos al libro de los Hechos, encontramos que los discípulos estaban convencidos de que el hombre sin Cristo, se perdía. Ni siquiera la persecución pudo evitar que lla­maran a la gente al arrepentimiento y a convertirse a Cristo.

Pablo clama en Romanos 10:9-15 por la urgencia de predicar a Cristo. En su época, los problemas sociales y económicos en las ciudades como Corinto, Éfeso y otros lugares eran iguales o peores a los que nos enfrentamos hoy. Sin embargo el apóstol no salió para establecer centros sociales, hospitales o institu­ciones educativas. Pablo declaró en 1 Corintios 2:1-2: “Así que, hermanos, cuando fui a vosotros, … me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado”.

Pablo reconoció que Jesucristo era la respuesta suprema a to­dos los problemas del hombre. A pesar de que estaba preocupado por los santos pobres, no podemos perder el énfasis principal de su vida y de su mensaje.

He hablado en iglesias que tenían millones de dólares inverti­dos en sus edificios, iglesias con pastores conocidos y excelentes maestros de la Palabra que amaban la gente. Sin embargo descu­brí que muchos no tenían ningún programa misionero.

Al predicar en una de estas iglesias, les dije:

“Aunque ustedes se proclaman evangélicos y dedican su tiempo y su vida para aprender más y más verdades bíblicas, con toda honestidad, no veo que crean en la Biblia”.

Mis oyentes se horrorizaron. Pero yo continué.

“Si creyeran en la Biblia que dicen creer, saber que hay un lugar real que se llama infierno, donde millones irán y pasarán la eternidad si mueren sin Cristo, los haría las personas más des­esperadas del mundo y dejarían todo lo que tienen, para hacer de las misiones y el alcance a los perdidos la prioridad número uno de su vida”.

El problema con esta congregación, como con muchas otras, es que no creían en el infierno.

C.S. Lewis, ese gran defensor británico de la fe, escribió: “No hay doctrina que más quisiera quitar de la cristiandad que esta sobre el infierno. Pagaría lo que sea para poder verdaderamente decir: ‘Todos serán salvos”.1

Pero Lewis, como nosotros, se dio cuenta de que esto no era verdad ni tenía el poder para cambiarlo.

Jesús mismo habló frecuentemente del infierno y el juicio venidero. La Biblia lo llama el lugar de fuego que nunca se apagará, donde los gusanos que comen carne no mueren, un lugar de gran oscuridad donde habrá llanto eterno y crujir de dientes. Estos y cientos de otros versículos relatan un lugar real donde los hombres perdidos pasarán la eternidad si mueren sin Jesucristo.

Solo unos pocos creyentes parecen haber incorporado la rea­lidad del infierno en su estilo de vida. De hecho, es difícil sentir que nuestros amigos que no conocen a Jesús realmente están destinados al infierno eterno.

Sin embargo, como enfaticé en el capítulo 12, muchos cris­tianos sostienen en su corazón la idea de que, de una manera u otra, hay caminos hacia la redención para aquellos que no han oído. La Biblia no nos da ni una pizca de esperanza para creer tal cosa. Declara con claridad que “está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9:27). No hay salida de la muerte, el infierno, el pecado ni la tumba excepto por Jesucristo. Él dijo: “Yo soy el camino, la ver­dad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6).

Qué diferentes serían nuestras iglesias si empezáramos a vivir por la verdadera revelación de la Palabra de Dios con respecto al infierno. En vez de eso, las iglesias locales y las misiones, tanto en el occidente como en el oriente, han sido infectadas con muerte y continúan repartiendo muerte a millones de almas perdidas que nos rodean.

La iglesia, que Jesús llamó de este mundo y la apartó para Él, en gran parte ha olvidado la razón de su existencia. La falta de equilibrio de la iglesia se ve en la ausencia actual de santidad, realidad espiritual y preocupación por los perdidos. Reemplazó de por vida la enseñanza que alguna vez conoció para alcanzar prosperidad, placer y participación política y social .

“El cristianismo evangélico”, comentó Trozer proféticamente antes de su muerte, “está trágicamente debajo del estándar del Nuevo Testamento. La mundanalidad es un hecho aceptado en nuestro estilo de vida. Nuestro modo religioso es social en vez de espiritual”.

Cuanto más nuestros líderes vagan por el mundo, más se vuelven a los caminos del mundo. Una iglesia en Dallas gastó varios millones de dólares en construir un gimnasio “para man­tener a los jóvenes interesados en la iglesia”. Muchas iglesias se han convertido en clubes seculares con equipos de sófbol, clases de golf, escuelas y otros tipos de clases para que la gente siga yendo a sus edificios y dándoles los diezmos. Algunas iglesias se han alejado tanto del Señor que patrocinan cursos de yoga y meditación, adaptaciones occidentales de ejercicios religiosos del hinduismo.

Si esto es lo que se considera el alcance de las misiones lo­cales, ¿no es natural que las mismas iglesias caigan presas de la filosofía seductora de los humanistas cristianos al planear la obra misionera más allá de las fronteras?

Los verdaderos misioneros cristianos están siempre conscien­tes de que hay un infierno eterno por rechazar y un cielo por ganar. Necesitamos restaurar la visión equilibrada que tenía el General William Booth cuando inició el Ejército de Salvación. Tenía una compasión increíble por ganar las almas perdidas para Cristo. Sus propias palabras cuentan la historia de lo que imagi­nó para el movimiento: “Ir por las almas, e ir por lo peor”.

¿Qué haría Jesús si caminara por nuestras iglesias hoy?

Me temo que no podría decirnos: “Han mantenido su fe, han corrido la carrera sin desviarse ni a derecha ni a izquierda, y han obedecido Mi mandamiento de alcanzar al mundo”. Creo que saldría a buscar un látigo, porque hemos hecho de la casa de Su Padre una cueva de ladrones. Si esto es así, entonces debemos reconocer que el momento es muy desesperante para que nos sigamos engañando. Estamos más allá del avivamiento o la re­forma. Si este evangelio debe ser predicado en todo el mundo durante nuestra existencia, debemos tener una revolución cris­tiana enviada del cielo.

Pero antes de que llegue la revolución, debemos reconocer que la necesitamos. Somos como un hombre perdido mirando un mapa. Antes de elegir el camino correcto que nos lleve a destino, debemos determinar dónde nos equivocamos, volver a ese punto y empezar de nuevo. Así que mi clamor al cuerpo de Cristo es simple: vuelva al camino verdadero del evangelio. Necesitamos predicar de nuevo el designio integral de Dios. Una vez más nuestra prioridad debe ser llamar a los hombres al arrepentimiento y arrebatarlos del infierno de fuego.

Hay poco tiempo. Si no estamos dispuestos a suplicar en ora­ción por una revolución en las misiones, y dejar que comience en nuestra propia vida, hogar e iglesia, Satanás nos arrebatará esta generación.

Podemos intercambiar almas por cuerpos, o podemos marcar una diferencia patrocinando a misioneros nativos, más allá de las fronteras, que creen en la Biblia.

Hace muchos años 40 aldeas indias, que alguna vez se con­sideraron cristianas, volvieron al hinduismo. ¿Puede ser que al­deas enteras que habían experimentado la libertad del evangelio de Jesucristo volvieran a la esclavitud de Satanás?

No. Estas aldeas se decían “cristianas” solo porque habían sido “convertidas” por misioneros que se valieron de hospitales, recursos materiales y otros incentivos para atraerlos al cristia­nismo. Pero cuando le redujeron las retribuciones materiales o cuando otros movimientos competitivos ofrecieron beneficios parecidos, estos convertidos volvieron a sus viejos caminos cul­turales. En términos misioneros, eran “cristianos por la conve­niencia material”.

Cuando se le ofrecía lo que necesitaban, cambiaban sus nom­bres y religión. Pero nunca entendieron el verdadero evangelio de la Biblia. Después de todo el esfuerzo, esta gente estaba tan perdida como siempre. Pero ahora estaban peor, se les había presentado un panorama completamente erróneo de lo que sig­nifica y lo que lleva seguir a Cristo.

¿Sería ese nuestro temor en Norteamérica: sin gimnasios, sin equipos de sóftbol, sin convertidos?

La enseñanza del campo misionero es que satisfacer solo las necesidades físicas no lleva a la gente a seguir a Dios. Los seres humanos permanecen en rebelión a Dios sin el poder del evan­gelio ya sea que tengan hambre o estén satisfechos, sean ricos o pobres.

A menos que volvamos al equilibrio bíblico, al evangelio de Jesús tal como Él lo proclamó, nunca podremos hacer el hinca­pié apropiado en el alcance misionero de la iglesia.

Jesús fue compasivo con los seres humanos como personas integrales. Hizo todo lo que pudo para ayudarlos, pero nunca olvidó el propósito principal de su misión en la tierra: reconci­liar al hombre con Dios, morir por los pecadores y redimir sus almas del infierno. Jesús se ocupó primero del lado espiritual del hombre, luego del cuerpo.

Esto está claramente ilustrado en Mateo 9:2-7 cuando prime­ro perdonó los pecados del paralítico, y después lo sanó.

En Juan 6:1-13, Jesús alimentó milagrosamente a 5.000 hom­bres hambrientos más las mujeres y los niños. Los alimentó después de predicarles, no antes para llamar su atención.

Más tarde, en el versículo 26, encontramos que esta gente se­guía a Jesús no por sus enseñanzas o por quién era, sino porque los había alimentado. Hasta intentaron hacerlo rey equivoca­damente. Al ver el peligro de su confusión espiritual, Jesús se apartó de ellos. No quería admiradores, sino discípulos.

Los apóstoles no tuvieron miedo de decirle al mendigo que “no tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy…” (Hechos 3:6). Luego predicaron el evangelio.

He tenido experiencias parecidas por toda la India. Hasta tuve que encontrarme con personas que no estaban dispuestas a es­cuchar las nuevas maravillosas de Jesús debido a su condición física.

Como cristianos, debemos seguir el ejemplo de Jesús. Realmente creo que debemos hacer todo lo que podamos para aliviar el dolor y el sufrimiento que nos rodea. Debemos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos en todas las áreas de la vida. Pero debemos mantener la prioridad suprema de compartir el mensaje de salvación con ellos, y nunca debemos atender las necesidades físicas a expensas de predicar a Cristo. Este es el equilibrio bíblico, el verdadero evangelio de Jesús.

Continúa…

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